sábado, junio 09, 2007

Trino Márquez; CLAVELES CONTRA FUSILES

El estilo desenfadado y fresco de los jóvenes que llevan la conducción del movimiento estudiantil, que de forma imprevista sacude a Caracas y otras ciudades del país, tiene desequilibrados a Hugo Chávez y a sus adláteres. Freddy Guevara, Stalin González, Rodrigo Diamante, Yon Goicoechea y los otros muchachos y muchachas que han asumido la defensa de la democracia y la libertad de expresión e información y la autonomía universitaria, han retado al todopoderoso caudillo invocando unos derechos irrenunciables, sin que éste logre reaccionar de manera eficaz.

El primer mandatario y sus ministros se sumergen en sus viejas y pantanosas trincheras. Apelan a un lenguaje apolillado en el que predominan las descalificaciones que alguna vez tuvieron éxito, pero que ahora huelen a naftalina. Mientras los estudiantes hablan de paz, el oficialismo insiste en clichés como golpismo, imperialismo y oligarquía. A una parte de esa élite intelectual del país tan importante como los jóvenes universitarios el Gobierno les niega la posibilidad de pensar con cabeza propia, a fraguar criterios autónomos y ser independientes de toda organización partidista o secta excluyente. El iracundo Andrés Izarra quien no exhibe precisamente cara de obrero de una mina de carbón los llama “patiquines” por el simple hecho de que no participan del credo bolivariano.

Frente al mensaje ponderado y unitario que enarbolan los estudiantes, el chavismo apela a la frase desmesurada y agresiva. El Presidente de la República se dirige a la gente de los cerros como si se tratase de una manada de pistoleros asesinos. Les ordena estar alertas y bajar para que se comporten como orcas caudinas en el caso de que esos muchachos, a los que califica de golpistas de nuevo cuño, intenten derrocarlo.

La respuesta de los vecinos de los cerros no ha podido ser más indiferente ante el llamado incendiario e irresponsable del primer mandatario. Salvo los motorizados tarifados que trabajan para los distintos organismos gubernamentales, ningún poblador ha salido a combatir a los estudiantes. Al contrario, les expresan su apoyo.

El Presidente perdió la brújula. No se da cuenta de que esos jóvenes en abril de 2002 eran unos adolescentes que no tuvieron ni siquiera una participación marginal en los sucesos que condujeron a su renuncia y posterior reposición en el cargo por parte de los mismos militares acobardados que habían desconocido su orden de aplicar el Plan Ávila y provocar una matanza entre la población civil que había marchado ese día. Tampoco admite que la inmensa mayoría de la gente humilde a la que convoca a participar en una orgía de sangre disfrutaba con las novelas, los programas de concurso y la Radio Rochela que transmitía RCTV.

Otro punto donde contrastan el Gobierno y los jóvenes reside en la forma como ambos asumen la política. Los estudiantes han insistido en que su protesta y las reivindicaciones que exigen no son políticas, sino doctrinarias y principistas. Despojado de su velo romántico, habría que reconocer que la lucha que los jóvenes libran desde luego que es política, pues se trata de la defensa de los valores de la sociedad abierta. Sin embargo, lo hacen sin arrogancia ni fanatismos, y con un talante que provoca la envidia de la cofradía soberbia que gobierna, llena de un odio frenético contra todo lo que sea disidencia y autonomía de pensamiento.

En la coyuntura actual la revolución bolivariana, que tampoco cuenta con el fervor de los estudiantes del país, ha mostrado su rostro militarista y represivo en todo su esplendor. A las marchas y protestas pacíficas de los jóvenes el Gobierno les ha exhibido su poderío militar. El viernes 1 de junio, cuando los estudiantes se disponían a marchar desde la Universidad Católica hacia la Asamblea Nacional, el comandante Chávez, en un alarde de fuerza bruta que nada tenía que ver con la postura pacífica de una juventud que solo quería entregarles un documento a los diputados, rodeó de militares a los manifestantes. La guerra asimétrica de la que tanto habla se puso en marcha ese día: los asistentes desarmados encararon con valentía y dignidad a los centenares de policías, guardias nacionales, agentes de la DISIP, infiltrados y rabiosos motorizados oficialistas, que buscaban reprimirlos porque al alcalde Freddy Bernal no le dio la gana de concederles el permiso para que marcharan hasta la sede del Poder Legislativo.

En la UCAB no se produjo una tragedia de dimensiones bíblicas porque, a pesar de la actitud provocadora de los aparatos de seguridad, predominó la cordura entre los estudiantes. El látigo de la guerra asimétrica sí lo probaron los estudiantes y ciudadanos de San Antonio de los Altos, quienes fueron reprimidos sin piedad por los agentes enviados por el Gobierno Nacional y la gobernación de Miranda, y los más de 200 detenidos presentados ante los tribunales. Irrita el abuso del Gobierno. Todas las marchas del oficialismo son escoltadas por la DISIP y obtienen el permiso para llegar a Miraflores. Además, durante años en la Plaza Bolívar operó la “esquina caliente” sin que las autoridades municipales movieran un dedo para desalojar a esos malhechores del lugar donde se le rinde homenaje al Libertador.

Es temprano para saber hasta dónde llegará la protesta estudiantil. En Serbia, aunque le moleste al presidente de Telesur, los jóvenes universitarios dieron al traste con Milosevic, el “carnicero de los Balcanes. Sin embargo, lo que ya es seguro es que esa dirigencia que se ha apoderado del corazón y el cerebro de una inmensa cantidad de venezolanos, le ha mostrado a la oposición democrática un nuevo camino para enfrentar con éxito la dictadura cubanoide que Hugo Chávez trata de implantar en Venezuela. El estilo ingenioso que combina el guante de seda con la mano de hierro, y el clavel contra el fusil, está demostrando que el régimen no es tan eficaz como parece, que no es tan popular como sus jerarcas dicen, y que con una sabia dosis de creatividad y desparpajo, es posible sacar al comandante de sus casillas y llevarlo a cometer errores que a la postre puedan costarle su afán de permanecer eternamente en el poder.

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