Es evidente que mientras el Gobierno se perciba fuerte nunca verá con buenos ojos un verdadero debate, mucho menos un diálogo. Eso es hacer política de altura y la esencia del llamado “proceso revolucionario” es acabar con la política como manifestación de lo diverso. Su apuesta es por el careo, el show de cámaras en el que son expertos y que tanto endilga a la disidencia, con el plus de desarrollarlo bajo un ambiente plenamente controlado, cero incertidumbres.
Querían generar la sensación de apertura, de discusión y con ello institucionalizar la esencia del movimiento estudiantil que no es otra que la protesta abierta y creativa. Ello lo demostraron al continuar con su puesta en escena de lo que se tenía montado, con un pequeño detalle, fue un baile de tango en solitario. El esquema era obvio y sencillo: emplear la ventaja que supone el control de las variables del ambiente, a través de la transmisión de videos, imágenes en vivo del exterior del recinto con personas “del pueblo”, efusivas y extasiadas al final del debate –aunque no hubiesen escuchado nada de nada- y una buena barra apostada en el balcón del recinto entonando los respectivos “hurras revolucionarios”. Las imágenes a las que apostaba el gobierno eran las de estudiantes debatiendo, atendidos por diputados envueltos en el ropaje de la institucionalidad nacional que gusta nombrar comisiones para “procesar” las denuncias, presentar los respectivos informes más o menos en el 2021, para luego —y sin garantía de aprobación— pasar de largo hasta el 2030.
Dos imágenes —camisas rojas pa’fuera y ya que terminamos apaga que nos vamos— son los mensajes duros que hoy pugnan por el protagonismo de lo que el jueves sucedió en La Asamblea. Ambas producidas por los disidentes, ambas simbólicas, sorpresivas, creativas. La estrategia de confrontación asimétrica de la que tanto se ha hablado desde el Gobierno, la sufre éste en carne propia desde que aparecieron los estudiantes en la calle. La reacción de la Presidenta de la Asamblea Nacional y del propio Presidente de La República —con pocas horas de diferencia respecto al mismo caso— no deja lugar a dudas. De hecho son tan asimétricos y desenfadados estos “niños barbudos” que cuidado si la página olvidada del discurso, donde aparece la provocadora firma de ARS publicidad y el autorecordatorio al desuso de la casaca colorada, no la dejaron “alli encimita” para que los propios medios del Estado, a fuerza de repetir y repetir el móvil fantasmal de la manipulación externa y de la conspiración, continúen posicionando ese bestial gancho al hígado del gobierno: unos jóvenes haciendo una especie de strip tease ideológico ante las cámaras del mundo y en sus propias narices con el símbolo del poder oficial, es decir, la franela roja. ¡Una pelusa!
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