La república vive una hora menguada. La sindéresis ha sido enterrada, el poder se ejerce con brutalidad, los corifeos halagan, los mastines se sueltan a atacar, las instituciones son remedos, la prepotencia está uniformada, las emociones se colocan por encima de la claridad mental para enfrentar la tormenta, los principios se queman en hogueras paranoicas, la población se desbanda en la desesperanza.
Vivimos la hora de las tinieblas. El ejercicio del poder se ha convertido en un pisotón demoledor, en una blasfemia que desfigura cualquier racionalidad y cualquier respeto. La república ha perdido todo ropaje y se muestra desnuda a la burla y al escarnio. La república es zaherida y apedreada, los límites no existen, la república está expuesta como esclava sobe la cual se lanza a baldazos la abyección.
La sentencia de la Sala Constitucional de Tribunal Supremo de Justicia confiscando los bienes de la planta televisora que se cierra es el tiro de gracia al Estado de Derecho. Ahora sabemos que cuando los voceros oficiales dicen “tenemos todo a punto” es porque ya han acordado la sentencia que los salve del ridículo. Esa sentencia muestra la dependencia total del Poder Judicial del Poder Ejecutivo, esa sentencia es un disparo artero contra la propiedad privada, esa sentencia es el tiro de gracia al Estado de Derecho.
Un Estado democrático que no quisiera renovar una concesión radioeléctrica lo primero que hubiese hecho era garantizar el trabajo a los trabajadores de la empresa que hasta ahora había usufructuado tal concesión, pero este no es un Estado democrático. Un Estado decente que quisiera mejorar la oferta puesta en pantalla lo primero que ha debido hacer es utilizar la experiencia acumulada y el talento que allí funcionaba para tratar de lograr la mejoría de la programación, pero este no es un Estado decente. Este es un Estado que provoca desempleo, que echa a la gente a la calle con silbatos y en cadena nacional, un Estado que usa forzadamente las instalaciones de la empresa que cierra, un Estado que paladinamente proclama que quiere la supremacía comunicacional para que a nadie le quepa duda de que el caudillo nos dictará lecciones de marxismo en las estaciones encadenadas como lo hizo apenas hace unas horas.
La república vive en el desamparo. De entre la multitud a la desbandada sólo se encuentra originalidad entre los periodistas que enarbolan una gran pancarta, plantean el sonido de las sirenas y se presentan en el concierto del cantante Luis Miguel a enfrentar a una multitud en solicitud de comprensión y de respaldo. Entre los periodistas está brotando un liderazgo como muestra clara de que los grupos sociales pueden generar líderes, especialmente en la situación de presión y de conflicto. Son las actrices las que han dado la cara, en medio de una emoción descontrolada y comprensible, pero el asunto no era sólo de emociones, era un asunto primordial de Estado. Frente a un problema fundamental de Estado se ha dejado la tribuna, los dirigentes políticos han brillado por su ausencia en una comprobación fehaciente de que la república no tiene a quien recurrir en la hora menguada. Sin embargo, mirando a Rafael Fuenmayor, el periodista que produce ideas para la protesta, y mirando a Gladis Rodríguez leyendo con cara de decisión y con ojos brillantes ante la multitud que estaba en el concierto, uno dice y repite que la sociedad en sus diversos grupos es capaz de generar los liderazgos necesarios. Allí tienen la Copa América para gritar ante miles de visitantes y centenares de periodistas extranjeros en que clase de república nos hemos convertido.
Primero llegan las hordas, después la policía, después el mensaje acusando de histerismo y exageración. Primero llega la promesa y después la sentencia que la hace posible. Primero llega la amenaza reiterada, glotona, babeante de poder absoluto y después su irremediable cumplimiento. Primero llega el anuncio para que no quede duda de hacia dónde se marcha y después la lección: ¿Qué la Iglesia quiere saber que es socialismo? Pues envíenle los libros de Marx y Lenín, para después decirnos que Kart Marx era una especie de Dios a quien la derecha mundial se dedicó a destruir y darnos lecciones en la pequeña pantalla con el pequeño manual y el simplismo enarbolado como nueva estrella a colocar en la bandera nacional.
Hay una lógica perversa que se cumple: se toma un principio en su esencia correcto y se prostituye. Hay miles de ejemplos, como el de la inclusión social que se envilece uniformando con camisas rojas, como este de la necesidad de una mejor televisión que se derruye hacia la hegemonía comunicacional de un régimen totalitario. Y por allá se responde que para oponerse a la degradación hay que ser de derecha, hay que condenar a “todas las izquierdas”. He dicho mil veces que la forma de combatir la desnudez de la república es vistiéndola con nuevos ropajes de democracia del siglo XXI, una plena de justicia, de inclusión, de respeto y de dignidad.
El pesimismo no tiene cabida en la hora menguada. La reserva está abajo, hundida en la población que tenemos a pesar de que a simple vista pareciera lo contrario. Hay que ayudar al parto, a traer a la vida a un bebé, las sociedades no paren ancianos, las sociedades no se regeneran retrocediendo, las sociedades se liberan adoptando nuevas formas y nuevas ideas, nuevos planteamientos y nuevos desafíos a la imaginación. Aún estamos a tiempo, pero para ello la sociedad venezolana debe comprender que debe romper los esquemas, que debe procurarse formas innovadoras, que debe saberse madre y en consecuencia parir, con el dolor y las lágrimas de todo parto.
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