Este que corre será el último mandato constitucional de Hugo Chávez. Se sabe que ha sido un completo fracaso su tentativa de venderle a la sociedad la reelección indefinida. La necesidad de reformar la constitución para que Venezuela tenga un gobernante vitalicio es una que, por más que se esfuerce en demostrara, sólo él la visualiza. Por la vía de la ley, no estará al mando ni un día más, ni uno menos.
Los rumores de conspiraciones, los supuestos ruidos de sables en los cuarteles, surgen cuando la percepción de que Chávez se haya en su recta final –y que tiene que ponerse a gobernar de una buena vez– toma espacio en la opinión pública. Esto, más que coincidencia, luce como una evasión provocada ante el reclamo popular por resultados, por ejemplo, frente al gran enemigo que es la inseguridad personal o la incapacidad para promover la construcción de viviendas.
Nunca había sido más evidente que ahora cómo la construcción de amenazas y la provocación de peligros imaginados se usan para eximir al mandatario de las obligaciones de la administración pública y de la rutinización del carisma.
La resignación tácita de cierto sector de la sociedad, sobre su inevitable eternización en el poder (“Chávez estará hasta el 2021, el 2031, hasta el infinito y más allá”), emergió como consecuencia de los sucesivos fracasos de la oposición en ofrecer alternativas viables, mientras el gobierno minaba gradualmente los espacios institucionales que facilitan la alternabilidad y los controles democráticos.
Pero no contaban con el pueblo. Los resultados del más reciente estudio de Hinterlaces indican que un tercio de los que votaron por Hugo Chávez para presidente están arrepentidos y su popularidad registra un rápido descenso en el primer trimestre del año. Estas son evidencias de lo que antes hemos referido como una herida en el carisma presidencial que no será sino acentuado con su voluntad de cerrar RCTV.
El cierre de RCTV, cada vez es percibido con más claridad como una estrategia para favorecer a un grupo que pactó y castigar a uno que no. Pero también para allanar el camino hacia su hegemonía eliminando los focos de resistencia a su deseo de gobernar sin los límites de tiempo que exige la democracia.
Ya no es la inexistente oposición la que contradice la buena voluntad del Presidente, ahora es el mandatario quien va contra la corriente de la gente, imponiendo a troche y moche su proyecto político: él como único dueño del poder y del capital, bajo los ropajes del centralismo, el anticapitalismo y el populismo personalista.
Ningún político digno, ninguna organización internacional seria, ningún país democrático servirá de testigo para refrendar una hipotética consulta popular que intente poner a los venezolanos en la disyuntiva entre la alternabilidad democracia, el límite a la duración del mandato de un hombre y la posibilidad de que ese hombre dirija los destinos de todos los ciudadanos de su país hasta que se muera. Ni siquiera en la mente de sus críticos más feroces, cabe imaginar a la OEA, al Centro Carter o a la Unión Europea dando testimonio de que el proceso mediante el cual se aprobare una reforma constitucional de esta naturaleza fue limpio.
Para imponer su voluntad y forzar las leyes para que este no sea, como está previsto, su último mandato, Chávez tendrá que tapar su impudicia con la hoja de parra de las instituciones electorales que tutela y de los medios de comunicación nacionales que, después del cierre de RCTV, logre apretar en su puño.
La discusión sobre la elección indefinida de un gobernante en ningún caso es democrática. Lo que el país aspira es a que Chávez tome si puede de una vez las riendas del país y aproveche la bonanza petrolera para darle un piso sólido a la paz y el desarrollo. Paralelamente, tanto el chavismo como la oposición tendrán otra tarea para los próximos años: la de construir un verdadero liderazgo colectivo y preparar a los hombres y mujeres que pondrán sus nombres adelante en pos de una sucesión democrática viable.
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