sábado, mayo 12, 2007

Letras: EL RODEO SEMÁNTICO DE LEONARDO PADURA

Acabo de leer —en un despacho de la agencia española Efe— que Leonardo Padura está escribiendo una novela sobre el exilio de León Trosky en México y su asesinato por Ramón Mercader en 1940, bajo órdenes expresas de Josef Stalin. La noticia me hace pensar que su ya clásico personaje Mario Conde —ex policía cubano que renunció con desilusión y amargura a su cargo en 1989, es decir, antes de la caída del muro de Berlín, de la disolución de la URSS y del terrible "período especial" que padeció Cuba a partir de los noventa— no podría intervenir en la trama por razones de cronología histórica. ¿Quién sabe? Desde luego, todo lo que Padura escriba merece mi atención por su extraordinaria calidad como narrador, pero no puedo sustraerme a la relación de identidad que se ha establecido entre el escritor habanero y su personaje más emblemático. Pero es necesario aclarar que su célebre serie policiaca Las cuatro estaciones se amplia, en realidad, a seis novelas si consideramos que Adiós Hemingway y La neblina del ayer se han añadido a Máscaras, Paisaje de otoño, Pasado perfecto y Vientos de cuaresma, títulos de su tetralogía original.

Hace unos años, en mi libro Cine, democracia y melodrama: el país de Román Chalbaud escribí lo siguiente: "La literatura negra (...) da por sentado que no existe castigo para el crimen. El juego de la mentira y la verdad, de lo aparente y lo real, adquiere vigor como mecanismo narrativo que no pretende, como objetivo principal, identificar el asesino y propiciar su castigo sino —mucho más importante— desmontar los engranajes del poder que amparan el crimen y la impunidad que rodea a sus protagonistas. La intervención de la justicia es un elemento reactivo, vagamente percibido, precariamente puesto en práctica. Las fronteras entre la ley y el delito se desdibujan. No importa si la trama sucede en el sur de Estados Unidos, en una localidad francesa, en el Paseo de Gracia barcelonés o en un rincón de la vida caraqueña. La situación medular es la misma. La investigación conduce a desentrañar intereses de algunas de las estructuras del poder. O de varias. Raymond Chandler, George Simenon, Manuel Vázquez Montalbán y, en Venezuela, Eloy Yagüe lo han demostrado a su manera". Me atrevería a asegurar que en Cuba Leonardo Padura ha hecho lo mismo... también a su manera. Es un esquema que funciona en la realidad del capitalismo —como es tradiciónpero también en la del socialismo.

Sin duda, se trata de uno de los creadores de mayor relieve y vigor —narrador, ensayista y crítico que ha sido publicado en más de una docena de idiomas, admirador furioso de Alejo Carpentier— en la cultura cubana de hoy. Padura cumple cabalmente con los paradigmas de la serie negra. Se vale de Mario Conde y de su entorno afectivo —su ex Tamara, su gran amigo el Flaco Carlos, que ya no es flaco pues quedó parapléjico desde la guerra en Angola, el Viejo, etcétera— para deslizarse por los vericuetos cotidianos de la sociedad socialista que delatan la fragilidad real de sus paradigmas ideológicos. El tráfico de influencias, la corrupción, la droga, el comercio ilegal, el asesinato, la discriminación sexual y el oportunismo político son algunos de los rasgos que aderezan sus casos policiales. Por algo Conde renuncia a ser policía en 1989, decepcionado, al final de Vientos de Cuaresma. ¿Dónde está el hombre nuevo, la sociedad nueva, la vida nueva que proponía el marxismo?

Aunque 14 años después Mario Conde regresó a la investigación en Adiós, Hemingay —de forma privada, si ello es posible en Cuba— para escrutar el misterio de un asesinato perpetrado a finales de los cincuenta y ahora atribuido al escritor norteamericano en la Finca Vigía. Pero, para volver al punto anterior, no hay en ninguna de sus novelas una frase en contra del socialismo, de Fidel, de un régimen que restringe libertades y encarcela disidentes. No le hace falta. Algunas veces el rodeo semántico es más efectivo. Padura vive y trabaja en Cuba. Juega un papel importante allí.

Hay que recordar que este creador de 52 años sucede a una generación de escritores cubanos altamente politizada y marcada por aquella temeraria afirmación de Castro a principios de los sesenta: "Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada". ¿Recuerdan a Heberto Padilla, a Carlos Franqui, a Reynaldo Arenas, a Guillermo Cabrera Infante, a tantos otros? De acuerdo, también están Jesús Díaz y Eliseo Alberto y otros escritores que se mantuvieron en la isla, defendiendo la revolución desde una posición crítica.

La generación de Padura se rebeló hace dos décadas y mantiene su actitud hoy —dentro de sus límites— ante esa relación utilitaria que el régimen reclamó a sus artistas y escritores. Y será la destinada a actuar en esta suerte de "sucesión oficial dentro de la revolución" que ya Fidel planeó desde el año pasado para evitar otra fractura dolorosa en la sociedad cubana. ¿Volverá a investigar Mario Conde, en este contexto, digo? ¿Quién investigará la muerte de Trosky? ¿Quién dirá la verdad de Ramón Mercader?

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