Hace unos años, en mi libro Cine, democracia y melodrama: el país de Román Chalbaud escribí lo siguiente: "La literatura negra (...) da por sentado que no existe castigo para el crimen. El juego de la mentira y la verdad, de lo aparente y lo real, adquiere vigor como mecanismo narrativo que no pretende, como objetivo principal, identificar el asesino y propiciar su castigo sino —mucho más importante— desmontar los engranajes del poder que amparan el crimen y la impunidad que rodea a sus protagonistas. La intervención de la justicia es un elemento reactivo, vagamente percibido, precariamente puesto en práctica. Las fronteras entre la ley y el delito se desdibujan. No importa si la trama sucede en el sur de Estados Unidos, en una localidad francesa, en el Paseo de Gracia barcelonés o en un rincón de la vida caraqueña. La situación medular es la misma. La investigación conduce a desentrañar intereses de algunas de las estructuras del poder. O de varias. Raymond Chandler, George Simenon, Manuel Vázquez Montalbán y, en Venezuela, Eloy Yagüe lo han demostrado a su manera". Me atrevería a asegurar que en Cuba Leonardo Padura ha hecho lo mismo... también a su manera. Es un esquema que funciona en la realidad del capitalismo —como es tradición— pero también en la del socialismo.
Aunque 14 años después Mario Conde regresó a la investigación en Adiós, Hemingay —de forma privada, si ello es posible en Cuba— para escrutar el misterio de un asesinato perpetrado a finales de los cincuenta y ahora atribuido al escritor norteamericano en la Finca Vigía. Pero, para volver al punto anterior, no hay en ninguna de sus novelas una frase en contra del socialismo, de Fidel, de un régimen que restringe libertades y encarcela disidentes. No le hace falta. Algunas veces el rodeo semántico es más efectivo. Padura vive y trabaja en Cuba. Juega un papel importante allí.
Hay que recordar que este creador de 52 años sucede a una generación de escritores cubanos altamente politizada y marcada por aquella temeraria afirmación de Castro a principios de los sesenta: "Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada". ¿Recuerdan a Heberto Padilla, a Carlos Franqui, a Reynaldo Arenas, a Guillermo Cabrera Infante, a tantos otros? De acuerdo, también están Jesús Díaz y Eliseo Alberto y otros escritores que se mantuvieron en la isla, defendiendo la revolución desde una posición crítica.
La generación de Padura se rebeló hace dos décadas y mantiene su actitud hoy —dentro de sus límites— ante esa relación utilitaria que el régimen reclamó a sus artistas y escritores. Y será la destinada a actuar en esta suerte de "sucesión oficial dentro de la revolución" que ya Fidel planeó desde el año pasado para evitar otra fractura dolorosa en la sociedad cubana. ¿Volverá a investigar Mario Conde, en este contexto, digo? ¿Quién investigará la muerte de Trosky? ¿Quién dirá la verdad de Ramón Mercader?
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