De todas las opresiones ninguna es tan infame como la de las ideas. Cualquiera sea sus ropajes (religiosos, políticos o intelectuales) o las nobles causas que lo inspiren, el pensamiento único conduce a la degradación y al vasallaje. Quien lo encarna es un tirano, para quien la disidencia y la pluralidad representan un crimen y una amenaza. Quien se opone a la verdad suprema personifica un enemigo que debe someterse o ser abatido. A los ojos de un fanático no hay otra forma de alcanzar la utopía tras la cual se esconden todos los despotismos. En ese mundo, defender y aplicar la censura es un acto revolucionario, particularmente cuando quien lo realiza es un periodista o intelectual ¿Acaso no es este tipo de holocaustos y miserias el preferido del caudillo bolivariano?
Naturalmente, la estupidez siempre convive con el oportunismo. Para todos aquellos a quienes no bastan las glorias y quimeras que pregona la retórica bolivariana, el régimen tiene copiosos recursos para sensibilizarlos. Miríada de misiones, proyectos, contratos... “¡Oligarcas, temblad!”. “¡Viva el socialismo!”. “¡Arriba el consumo!”. Hay que reconocerlo, Hugo Chávez tiene un enorme talento para calibrar las debilidades (o el precio) de la gente, con lo cual siempre es posible hacer que un oponente se convierta en un colaborador. Algún día llegará la resaca. Entretanto, la orgía deja a su paso algunos engendros tropicales, como la “Asociación de Empresarios Socialistas”, a la cual por efímera nadie negará un lugar en el bestiario latinoamericano.
He sostenido siempre que el daño que le inflija Hugo Chávez a Venezuela será proporcional al tiempo que se mantenga en el poder. A quienes hacen cálculos taimados, que no se engañen, nadie será inmune. Ni los cínicos y colaboracionistas que conviven y lucran con el régimen. La destrucción y ruina de un país cae sobre todos sus habitantes sin distingos, igual que una peste. Algo de ello ya sabemos, Venezuela se ha convertido en uno de los países más violentos del mundo. Nadie está a salvo y siempre se puede estar peor. Tampoco el miedo y la indiferencia nos salvarán. Que lo diga Fausto: el demonio complace, pero tarde o temprano regresa a saldar las cuentas. Se viven momentos históricos. Contrario a lo que muchos piensan, la democracia y la libertad no son bienes etéreos. Lástima que muchas personas sólo se dan cuenta cuando las han perdido.
* El autor es doctor en ciencia política.
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