Mirábamos y oíamos con atención a Konstantin y su equipo, quienes llegaron al organismo multilateral casi que todavía con escombros en sus ropas, del derrumbamiento del muro de Berlín y del desplome de la Unión Soviética que hacia muy poco habían ocurrido. Venían ansiosos de mundo, de apertura, de integración. Querían absorberlo todo de una sola vez. Se quejaban amargamente del aislamiento en el que habían permanecido por décadas.
Descubrían que el FMI es, además de una organización que presta dinero y asistencia técnica a quienes lo demanden, un gran observatorio de la economía mundial. Se deleitaban con los debates que en su seno se dan sobre los grandes acontecimientos económicos y financieros del planeta y con la rigurosa revisión que en su directiva se hace del desempeño económico de cada uno de sus miembros que alcanza a 185 países, incluyendo actores tan diversos como China, India, Brasil, Argentina, Irán, Siria, Libia, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, además de las grandes potencias occidentales. Allí están Raimundo y todo el mundo.
Konstantin decía que un país tan importante como el suyo, con interés por influenciar el curso de la economía mundial, no podía estar fuera del FMI.
El día que el presidente Chávez anunció que Venezuela se retiraría del Banco Mundial y del FMI, el amigo latinoamericano de aquellos días me envió un correo electrónico con una sola palabra: ¡Kagalovsky!
gerver@liderazgoyvision.org
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