La carrera despavorida de la clase media ante las amenazas del alcalde Metropolitano, Juan Barreto, de expropiar los campos de golf de La Lagunita y el Country Club, y de incautar y confiscar inmuebles privados, así como el crecimiento de la candidatura de Manuel Rosales, obligaron a Hugo Chávez a modificar el tono de su campaña. Ahora adoptó un estilo almibarado y empalagoso que resulta más falso que un billete de 15 bolívares. Similar a Mike Tyson, quisiera aparecer vestido de hermanita de la caridad. Este giro hacia poses melifluas tiene desconcertados hasta a sus colaboradores más cercanos. Resulta una ironía ver a Francisco Ameliach, William Lara, Lina Ron y —¡fin de mundo!— Luis Tascón, hablándoles de amor a los venezolanos. Estos aguerridos combatientes de la revolución, que han defendido los círculos bolivarianos, la “esquina caliente”, La Hojilla, que escriben en aporrea.org y que hablan a troche y moche de lucha de clases y odio al enemigo, de forma inopinada pasaron a ser modositas figuras que quieren resolver los graves problemas del país con puro amor.
El más insólito de todos los comediantes es, por supuesto, el comandante Chávez. Él, que dio dos golpes de Estado cruentos, que hablaba de las cúpulas podridas, que prometió freír en aceite la cabeza de sus oponentes, que mandó aplicar el demoledor Plan Ávila el 11 de abril de 2002 contra un millón de venezolanos, que promueve la guerra asimétrica contra los Estados Unidos, e inicia una carrera armamentista que incluye la compra de cien mil fusiles Kalashnikov, buques artillados y aviones de caza, y que durante casi tres lustros ha promovido el odio y el resentimiento entre los venezolanos, ahora —sin explicar las causas de ese cambio, ni pedir perdón por todos los excesos y abusos cometidos— pretende que los votantes le crean que la única fuerza que lo mueve es el amor. Extraño megalómano y autócrata éste. Resulta que no es el apetito insaciable de poder y el afán por eternizarse en Miraflores la energía que lo mueve, sino el afecto por sus semejantes. ¿En cuál lugar de su escala particular colocará la inteligencia de los venezolanos?
Al mismo tiempo que orquesta una campaña millonaria para lavarse el rostro y aparecer como un amable y desinteresado apóstol, permite que las bandas armadas del oficialismo ataquen sin piedad las marchas y manifestaciones de Rosales, varios pescadores de Güiria son asesinados, los mineros de La Paragua son masacrados sin que haya ninguna explicación oficial de los hechos, mantiene una guerra sórdida con Guatemala por un puesto en el Consejo de Seguridad, mientras les ordena a sus subalternos que se mantengan rodilla en tierra y bayoneta calada "contra el imperialismo". Además, se alinea con los regímenes de Irán y Corea del Norte, dos de las naciones más guerreristas del planeta. Es decir, Chávez es una contradicción permanente, no sólo con respecto del pasado lejano, sino también del presente inmediato. Su discurso meloso no guarda relación alguna con los hechos que protagoniza, ni con las ideas que defiende y proclama.
De todas formas no conviene descalificar totalmente el gesto presidencial, sobre todo porque el país se encuentra en plena campaña electoral. Resulta oportuno recordarle a Chávez que obras son amores, y que su pasión por Venezuela debería reflejarse en un amplio conjunto de acciones que demostrarían su hipotético cariño por el país. Sin el propósito de jerarquizar, tendría que emprender las siguientes acciones.
Reintegrar a los despedidos de PDVSA, pagarles sus salarios caídos y, a aquellos que ya no pueden retornar, pagarles sus prestaciones sociales. Eliminar la macarthista lista Tascón, reivindicar a las miles de personas que han sido afectadas por este instrumento excluyente y fascista, y pedirle perdón a la nación por haber permitido que muchos de quienes firmaron hayan pasado a formar parte del gueto del desempleo. Declarar una amnistía política, como suele ocurrir en épocas electorales, de modo que no haya presos políticos; se liberaría, así, a personas injustamente detenidas como el ex gobernador de Yaracuy, Eduardo Lapi, a los comisarios Henry Vivas, Lázaro Forero e Iván Simonovis, al general Francisco Usón, entre otros. Acabar con el abuso obsceno de poder y el ventajismo irritante que tiñe toda la campaña electoral, de forma que la competencia entre él y Rosales transcurra en un ambiente más equilibrado. Abrir las puertas de Venezolana de Televisión a la oposición y, de paso, cerrar esa trinchera del odio que es La Hojilla. Permitir que las marchas, manifestaciones y concentraciones de Manuel Rosales se desenvuelvan sin verse acosadas por las huestes armadas del chavismo. Dejar de utilizar el terror, el chantaje y la amenaza para obligar a la gente a que acuda a los actos del gobierno. Eliminar las capta-huellas y todos los mecanismos de presión sobre los empleados públicos para que voten a su favor. Detener la compra de lealtades en el exterior, que de paso resultan pura hipocresía, e invertir esos cuantiosos recursos en construir un país moderno y equitativo, cuyo principal instrumento de reparto de la riqueza sean los sueldos y salarios.
Si Hugo Chávez acometiera este conjunto de iniciativas, estaría demostrando que su amor por Venezuela es genuino. Que no tiene pliegues, ni forma parte de una farsa montada para engañar incautos. Sin embargo, del personaje puede esperarse cualquier comportamiento. Ya hemos visto lo que ocurrió después de su supuesto arrepentimiento el 13 de abril de 2002.
El más insólito de todos los comediantes es, por supuesto, el comandante Chávez. Él, que dio dos golpes de Estado cruentos, que hablaba de las cúpulas podridas, que prometió freír en aceite la cabeza de sus oponentes, que mandó aplicar el demoledor Plan Ávila el 11 de abril de 2002 contra un millón de venezolanos, que promueve la guerra asimétrica contra los Estados Unidos, e inicia una carrera armamentista que incluye la compra de cien mil fusiles Kalashnikov, buques artillados y aviones de caza, y que durante casi tres lustros ha promovido el odio y el resentimiento entre los venezolanos, ahora —sin explicar las causas de ese cambio, ni pedir perdón por todos los excesos y abusos cometidos— pretende que los votantes le crean que la única fuerza que lo mueve es el amor. Extraño megalómano y autócrata éste. Resulta que no es el apetito insaciable de poder y el afán por eternizarse en Miraflores la energía que lo mueve, sino el afecto por sus semejantes. ¿En cuál lugar de su escala particular colocará la inteligencia de los venezolanos?
Al mismo tiempo que orquesta una campaña millonaria para lavarse el rostro y aparecer como un amable y desinteresado apóstol, permite que las bandas armadas del oficialismo ataquen sin piedad las marchas y manifestaciones de Rosales, varios pescadores de Güiria son asesinados, los mineros de La Paragua son masacrados sin que haya ninguna explicación oficial de los hechos, mantiene una guerra sórdida con Guatemala por un puesto en el Consejo de Seguridad, mientras les ordena a sus subalternos que se mantengan rodilla en tierra y bayoneta calada "contra el imperialismo". Además, se alinea con los regímenes de Irán y Corea del Norte, dos de las naciones más guerreristas del planeta. Es decir, Chávez es una contradicción permanente, no sólo con respecto del pasado lejano, sino también del presente inmediato. Su discurso meloso no guarda relación alguna con los hechos que protagoniza, ni con las ideas que defiende y proclama.
De todas formas no conviene descalificar totalmente el gesto presidencial, sobre todo porque el país se encuentra en plena campaña electoral. Resulta oportuno recordarle a Chávez que obras son amores, y que su pasión por Venezuela debería reflejarse en un amplio conjunto de acciones que demostrarían su hipotético cariño por el país. Sin el propósito de jerarquizar, tendría que emprender las siguientes acciones.
Reintegrar a los despedidos de PDVSA, pagarles sus salarios caídos y, a aquellos que ya no pueden retornar, pagarles sus prestaciones sociales. Eliminar la macarthista lista Tascón, reivindicar a las miles de personas que han sido afectadas por este instrumento excluyente y fascista, y pedirle perdón a la nación por haber permitido que muchos de quienes firmaron hayan pasado a formar parte del gueto del desempleo. Declarar una amnistía política, como suele ocurrir en épocas electorales, de modo que no haya presos políticos; se liberaría, así, a personas injustamente detenidas como el ex gobernador de Yaracuy, Eduardo Lapi, a los comisarios Henry Vivas, Lázaro Forero e Iván Simonovis, al general Francisco Usón, entre otros. Acabar con el abuso obsceno de poder y el ventajismo irritante que tiñe toda la campaña electoral, de forma que la competencia entre él y Rosales transcurra en un ambiente más equilibrado. Abrir las puertas de Venezolana de Televisión a la oposición y, de paso, cerrar esa trinchera del odio que es La Hojilla. Permitir que las marchas, manifestaciones y concentraciones de Manuel Rosales se desenvuelvan sin verse acosadas por las huestes armadas del chavismo. Dejar de utilizar el terror, el chantaje y la amenaza para obligar a la gente a que acuda a los actos del gobierno. Eliminar las capta-huellas y todos los mecanismos de presión sobre los empleados públicos para que voten a su favor. Detener la compra de lealtades en el exterior, que de paso resultan pura hipocresía, e invertir esos cuantiosos recursos en construir un país moderno y equitativo, cuyo principal instrumento de reparto de la riqueza sean los sueldos y salarios.
Si Hugo Chávez acometiera este conjunto de iniciativas, estaría demostrando que su amor por Venezuela es genuino. Que no tiene pliegues, ni forma parte de una farsa montada para engañar incautos. Sin embargo, del personaje puede esperarse cualquier comportamiento. Ya hemos visto lo que ocurrió después de su supuesto arrepentimiento el 13 de abril de 2002.
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