jueves, octubre 12, 2006

Cine: LA TRAGEDIA DEL DICTADOR

Confieso que me aproximé a La fiesta del chivo, del peruano Luís Llosa, con tres temores. El primero: cuando leí la apasionante novela de su primo Mario Vargas Llosa me pareció bastante difícil la posibilidad de llevarla al cine. El segundo: las películas previas de Llosa han sido bastante menores. El tercero: nunca me han gustado las producciones con temas, personajes o ambientes latinoamericanos habladas en inglés. Tampoco las polacas, francesas, italianas o japonesas habladas en inglés. Entonces, entré a la sala con más desdén que interés. Pero me encontré con una obra inteligente, bien estructurada, que supera los obstáculos de ciertos códigos comerciales y se sitúa como una interpretación del autoritarismo desde una perspectiva contemporánea.
Los últimos días de la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo constituyen la plataforma dramática de La fiesta del chivo, sobre la cual se ubica un relato que combina los hechos históricos con lo que llamaremos “ficción documentada”. La memoria de Urania Cabral —la mujer que regresa a República Dominicana en 1992 después de treinta años en el exterior para saldar una vieja cuenta personal con su padre— dio sustento a la ficción que Vargas Llosa propuso en su novela para comprender de una forma más íntima la sanguinaria dictadura de Rafael Leonidas Trujillo a lo largo de tres décadas. En el film de Llosa, en cambio, los recuerdos de Urania conforman parte importante de su nervio central pero su estructura narrativa fundamental depende más de la fuerza del personaje del dictador y de la preparación del atentado que costó la vida a Chapita, el mismo que posibilitó el tránsito a otra etapa política dominicana —también muy sangrienta— que se disfrazó de democracia bajo la égida de Balaguer. El personaje de Trujillo adquiere mayor dimensión en la película y se convierte en el eje central de este compendio de villanías. Un hombre con un proyecto político que exige un partido único y una hegemonía única a lo largo de los decenios. ¿Les suena familiar?
La fiesta del chivo logra interpretar las condiciones históricas del período de transición de las dictaduras militares de la cuenca del Caribe hacia el sistema democrático a finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta del siglo pasado. Colombia, Venezuela, Cuba y República Dominicana asistieron a la caída de regímenes brutales que fueron sistemáticamente respaldados por el gobierno de los Estados Unidos en la geopolítica de la Guerra Fría. Ese declive de los dictadores fue producto de la madurez de la lucha de los sectores democráticos de cada país —aun en contra de los EEUU— pero también del propio desgaste de los sátrapas. En el caso dominicano, Trujillo había estado en el poder durante 30 años —el más longevo de todos— y sólo un atentado contra su vida podía terminar con el trujillismo.
Pero el aporte más importante del film de Llosa reside en la redimensión del tema del dictador que propone desde esa perspectiva actual que comenté en el primer párrafo de este artículo. Algo de mucha importancia para nosotros —los venezolanos— que escuchamos al Presidente de la República hablar de un proyecto político que exige que él esté al frente del mismo hasta el año 2021, como mínimo, que proclama la necesidad del partido único, del pensamiento único, de la educación única. Cuarenta y tantos años después de la muerte de Chapita y de las caídas de Pérez Jiménez, Rojas Pinilla y Batista, parece resucitar en América Latina la triste figura del militar con vocación de poder y con un discurso populista. La otra referencia inevitable en la película de Llosa es el hombre que en la Cuba de aquellos años había desalojado del poder a Batista para proponer una revolución socialista con el apoyo de la URSS y convertirse con el paso de las décadas en otra clase de dictador pero dictador al fin. El mismo que hoy contempla su propia muerte… en varios sentidos.
Pero volvamos a La fiesta del chivo. Mucha de la fuerza que expresa el personaje de Trujillo responde a la capacidad actoral de Tomás Milian, quien le confiere un tono de veracidad sorprendente. Su actuación es magistral. Nacido en La Habana hace 74 años, pero radicado en Europa y Estados Unidos desde el principio de la Revolución Cubana, Milian es un actor prodigioso y versátil, a menudo acorralado por personajes estereotipados, que desplegó una movida carrera en aquellos spaghetti westerns de Sergio Leone en los años sesenta o en los roles de latin lover que le adjudicó el cine de EEUU en los años setenta. Últimamente se la ha visto en La ciudad perdida (2005) de Andy García, Washington Heights (2002), de Alfredo De Villa, y en la celebrafa Traffic (2000), de Steven Soderbergh.
Al principio del film, Isabella Rossellini luce estereotipada y poco convincente como la Urania que regresa a Santo Domingo, pero a medida que avanza el relato se apropia del personaje y logra traducirlo con fuerza conmovedora. El otro gran intérprete del film es el inglés Paul Freeman en el rol de Agustín Cabral, padre de Urania y mano derecha de Trujillo. Se trata de uno de los actores más versátiles del cine, el teatro y la televisión del Reino Unido. El resto del elenco —el argentino-español Juan Diego Botto, el cubano-americano Steven Bauer, la joven británica de origen latino Stephanie Leonidas— cumplen cabalmente con sus personajes.
La fiesta del chivo es ese tipo de película que supera las expectativas que genera y se convierte en una forma de abordar y discutir algunos grandes temas de reflexión. No se la pierda.

LA FIESTA DEL CHIVO (“The feast of the goat”), España y Reino Unido, 2005. Dirección: Luis Llosa. Guión: Augusto Cabada, Zachary Skiar y Llosa sobre la novela de Mario Vargas Llosa. Producción: Andrés Vicente Gómez. Fotografía: Javier Salmones. Montaje: Alejandro Lázaro. Música: Stephen Warbeck. Elenco: Tomás Milian, Isabella Rossellini, Paul Freeman, Juan Diego Botto, Stephanie Leonidas y Steven Bauer, entre otros. Distribución: Cinematográfica Blancica.