miércoles, octubre 18, 2006

Felipe Benites: PERDÓN… ¿DIJO USTED TRUEQUE?

Dentro de su profesión, algunas personas se caracterizan en su terquedad por buscar explicaciones a ciertas conductas anómalas o “extrañas”, con el fin de asimilar la perturbación que suelen producir. Al respecto, no solo padecí la angustia que a no pocos produjo la caudillesca insistencia sobre “las cachamas y los plátanos”, sino que consecuentemente emprendí la búsqueda de razones para saber a qué atenerme.
Hace más de un año este mismo tema fue abordado por el hombre sin nombre y graficó tan sofisticado mecanismo de intercambio comercial con las mismas mercancías ya señaladas. En ese momento, la gran prensa no hizo mayores consideraciones sobre el asunto y el que les conté tampoco; la cosa no pasó de allí. Sin embargo, en medio de plena campaña electoral —donde el ambiente de knockout de los primeros rounds pareciera diluirse en una posible decisión dividida— la potencial letanía reaparece con idénticos pelos y señas. Cabe entonces suponer que mucho no habrá variado el sentido original de la acción de 2005.
“El trueque…”, volvió a atronar el hombre apenas unos días atrás, cual descubrimiento reciente y puntal de la próxima revolución tecnológica, cuyo mejor exponente sería —que duda cabe— la Venezuela del siglo XXI. Pues sí, compatriota, el trueque es la novedosa institución que será capaz de eliminar la desigualdad del intercambio, la indebida apropiación del trabajo del “otro”, las diferencias entre los individuos, en fin, el muy humano deseo de aumentar la tasa de ganancia como si ésta, en ausencia de papel moneda, no se fuese a manifestar bajo cualquier forma: jabones, pasta dental, carne, leche, cualquier cosa, en especial dólares y euros que circularían en el mercado negro. ¿O debería decir mercado "afrodescendiente"?
Como poco se sabe sobre las filigranas “teóricas” que los muy audaces y solícitos tinterillos estarán produciendo por ahí, hasta ahora el razonamiento mostrado es muy básico: el dinero es la capitalista causa de todos los males, por lo tanto si eliminamos el dinero, eliminaremos también los males de la capitalista sociedad. Para demostrarlo se nos refiere el caso de Judas, quien según el galardonado honoris causa, fue el primer capitalista del mundo, aun cuando el capitalismo no tenga más de cuatro siglos de existencia y Judas no menos de veinte convertido en polvo. Pues bien, éste vendió a Jesús por unas mugrosas monedas y de allí en adelante al dinero se le hizo “la señal de la cruz con la mano izquierda”. Ante tan sesuda explicación, uno no hace más que extrañar el marco teórico del pensamiento socialista y preguntarse por su manejo.
Qué hay de la teoría de Marx y Engels que ubica en la aparición del comercio —por cierto, su primera versión fue el trueque— el pecado original de la civilización. Porque recordemos que para este sistema de pensamiento, el problema de la explotación no radica en la existencia del dinero, tenga éste la forma del oro, la plata, conchas marinas o bachacos, sino que subyace al acto mismo de intercambiar mercancías con un precio “más alto del que costó producir”. El dinero entonces sólo es un medio que facilita el intercambio. Es el sofá del conocido chiste; eliminar el dinero equivale así a decir “vendí el sofá…”. Pero los cachos siguen allí, porque lo que determina el precio de una mercancía es su escasez relativa. En el rural y bucólico ejemplo histórico, si las cachamas escasean, pues habrá que aflojar más plátanos para obtenerlas, así de sencillo. Y, un poco más prosaico, lo que usted estuvo dispuesto a pagar por un bidón de gasolina, un refresco o una cerveza durante el paro, no lo pagaría hoy en circunstancias normales, sin importar que lo hiciere en bolívares, tomates, cebollas o chapitas.
Ahora, si ningún autor respetable plantea retornar al precámbrico, por qué razón “mister trueque” lo hace. Dos hipótesis asoman como las más plausibles: a) estamos ante una de las más claras manifestaciones de la “ignorancia delirante” con la que Uslar calificó en su momento a “este niño”; o b) presenciamos la puesta en escena de un cinismo político inédito al tratar de manipular las creencias de un pueblo que reniega del dinero –aunque le encante-, ve en el “otro” el origen de sus penurias, exhibe como antivirus apenas entre 7 y 8 años promedio de escolaridad y sufre además de una dilatada historia de tutelaje ciudadano.
La posibilidad explicativa de cada una de las hipótesis es preocupante, evidentemente, la segunda mucho más que la primera, porque mucha experiencia no hace falta para saber que “el talento sin probidad es un azote”. Sin embargo, una tercera y maliciosa explicación podría decir que ambas hipótesis son válidas y son aplicadas en forma conjunta, mientras que una cuarta —de seguro la que ustedes estarán pensando— le diría a este pobre sociólogo: ¡Cállese y deje eso en manos de la psiquiatría!

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