Cuando concluye la proyección de El método, el espectador abandona la sala con una especie de consternación. Acaba de presenciar un combate feroz entre ocho personas por algo más que un puesto de dirección en una empresa multinacional en el Madrid contemporáneo. Ha presenciado un ejercicio crítico sobre un modelo de conducción gerencial que adquiere características más amplias y con mayores riesgos.
El dramaturgo catalán Jordi Galcerán se ha convertido en una suerte de celebridad en la escena teatral española. Su obra Palabras encadenadas cosechó aplausos y elogios en su tierra y fuera de ella. Fue montada exitosamente en el Teatro Trasnocho de Caracas por Daniel Uribe en 2003, con las actuaciones de Elba Escobar y Javier Vidal. Ese mismo éxito se repitió en España con El método Grönholm, con sendos montajes en Madrid y Barcelona. También fue puesta en escena en Caracas —con magnífico respaldo del público— por Daniel Uribe, con las interpretaciones de Viviana Gibelli, Miguel Ferrari, Marcos Moreno y Vicente Tepedino.
El realizador argentino Marcelo Piñeyro —Kamchatka, Cenizas del paraíso, Caballos salvajes, Plata quemada, entre otras— asumió el reto de adaptar la obra de Galcerán para convertirla en El Método, junto con el guionista español Mateo Gil, habitual colaborador de Alejandro Amenábar. La adaptación cinematográfica que proponen es bastante fiel al original teatral pero amplía de cuatro a siete los personajes que se someten a un proceso de selección para trabajar en una importante empresa. Cada cual tiene una motivación distinta pero todos compartes el mismo objetivo. Ese heterogéneo grupo de gerentes se reúne en una impoluta sala de reunión en una torre del Paseo de la Castellana de Madrid. Allí se les somete a insólitas y misteriosas pruebas que determinarán quién es el mejor para el cargo, en una especie de darwinismo laboral. La empresa únicamente pauta acciones —no impone decisiones— para que sean los propios aspirantes quienes decidan con su comportamiento y sus elecciones quien va a ser el ganador final... si es hay alguno. Una guerra despiadada entre soldados de un mismo bando, ejecutada en batallas sucesivas que degradan el rol profesional de un gerente y le confieren el carácter bestial de la lucha del más apto. ¿El más apto para qué? ¿Para la autodestrucción? ¿Para el desgarramiento humano?
La película sabe combinar la intriga por conocer el final de esa lucha soterrada y la intranquilidad que provocan las sucesivas supresiones con una crítica inteligente a un sistema laboral y gerencial que devora a sus elegidos. Lo hace desde una perspectiva ética que desmonta los más primitivos mecanismos de la productividad y la competitividad. Las dos horas de proyección transcurren de una forma dinámica, con un agudo juego de diálogos y situaciones dramáticas donde aspectos como el sexo del aspirante, el manejo de idiomas o la entrega fanática a la empresa son apenas jugadas en un tablero de ajedrez que acepta más de dos contendores. La solidaridad, la moral y la honestidad son las tres trincheras arrasadas por el enemigo virtual.
Entiendo que la idea central de El método propone una alegoría de la lucha de los intereses que persisten en el planeta más que una representación realista del sector empresarial, pues no creo que exista una firma que ponga en práctica el método Grönholm. Ni siquiera en Japón. Constituiría una reducción ridícula de la realidad. De hecho, el film transcurre durante un día en el que se reúnen en Madrid los países de mayor industrialización, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, con la consecuente y violenta protesta de los integrantes del movimiento antiglobalización. Unos y otros conforman los extremos antagónicos que sirven de escenario a esta otra guerra —interna y caníbal— que arroja cadáveres y declara un vencedor. Repito: son dos extremos. La escena final de El método es, literalmente, devastadora.
El film se desarrolla con el trabajo de un grupo de actores excelentes –Carmelo Gómez, Adriana Ozores, Eduard Fernández, Najwa Nimri, Eduardo Noriega, Ernesto Alterio, Natalia Verbeke, Pablo Echarri— que sabe comunicar las contradicciones de esta guerra gerencial que no deja nada en pie. Muy recomendable.
EL MÉTODO, Argentina y España, 2005. Dirección: Marcelo Piñeyro. Guión: Mateo Gil y Piñeyro. Producción: Gerardo Herrero y Francisco Ramos. Fotografía: Alfredo Mayo. Montaje: Iván Aledo. Elenco: Eduardo Noriega, Najwa Nimri, Eduard Fernández, Pablo Echarri, Ernesto Alterio, Carmelo Gómez, Adriana Ozores y Natalia Verbeke. Distribución: Cines Unidos.
El dramaturgo catalán Jordi Galcerán se ha convertido en una suerte de celebridad en la escena teatral española. Su obra Palabras encadenadas cosechó aplausos y elogios en su tierra y fuera de ella. Fue montada exitosamente en el Teatro Trasnocho de Caracas por Daniel Uribe en 2003, con las actuaciones de Elba Escobar y Javier Vidal. Ese mismo éxito se repitió en España con El método Grönholm, con sendos montajes en Madrid y Barcelona. También fue puesta en escena en Caracas —con magnífico respaldo del público— por Daniel Uribe, con las interpretaciones de Viviana Gibelli, Miguel Ferrari, Marcos Moreno y Vicente Tepedino.
El realizador argentino Marcelo Piñeyro —Kamchatka, Cenizas del paraíso, Caballos salvajes, Plata quemada, entre otras— asumió el reto de adaptar la obra de Galcerán para convertirla en El Método, junto con el guionista español Mateo Gil, habitual colaborador de Alejandro Amenábar. La adaptación cinematográfica que proponen es bastante fiel al original teatral pero amplía de cuatro a siete los personajes que se someten a un proceso de selección para trabajar en una importante empresa. Cada cual tiene una motivación distinta pero todos compartes el mismo objetivo. Ese heterogéneo grupo de gerentes se reúne en una impoluta sala de reunión en una torre del Paseo de la Castellana de Madrid. Allí se les somete a insólitas y misteriosas pruebas que determinarán quién es el mejor para el cargo, en una especie de darwinismo laboral. La empresa únicamente pauta acciones —no impone decisiones— para que sean los propios aspirantes quienes decidan con su comportamiento y sus elecciones quien va a ser el ganador final... si es hay alguno. Una guerra despiadada entre soldados de un mismo bando, ejecutada en batallas sucesivas que degradan el rol profesional de un gerente y le confieren el carácter bestial de la lucha del más apto. ¿El más apto para qué? ¿Para la autodestrucción? ¿Para el desgarramiento humano?
La película sabe combinar la intriga por conocer el final de esa lucha soterrada y la intranquilidad que provocan las sucesivas supresiones con una crítica inteligente a un sistema laboral y gerencial que devora a sus elegidos. Lo hace desde una perspectiva ética que desmonta los más primitivos mecanismos de la productividad y la competitividad. Las dos horas de proyección transcurren de una forma dinámica, con un agudo juego de diálogos y situaciones dramáticas donde aspectos como el sexo del aspirante, el manejo de idiomas o la entrega fanática a la empresa son apenas jugadas en un tablero de ajedrez que acepta más de dos contendores. La solidaridad, la moral y la honestidad son las tres trincheras arrasadas por el enemigo virtual.
Entiendo que la idea central de El método propone una alegoría de la lucha de los intereses que persisten en el planeta más que una representación realista del sector empresarial, pues no creo que exista una firma que ponga en práctica el método Grönholm. Ni siquiera en Japón. Constituiría una reducción ridícula de la realidad. De hecho, el film transcurre durante un día en el que se reúnen en Madrid los países de mayor industrialización, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, con la consecuente y violenta protesta de los integrantes del movimiento antiglobalización. Unos y otros conforman los extremos antagónicos que sirven de escenario a esta otra guerra —interna y caníbal— que arroja cadáveres y declara un vencedor. Repito: son dos extremos. La escena final de El método es, literalmente, devastadora.
El film se desarrolla con el trabajo de un grupo de actores excelentes –Carmelo Gómez, Adriana Ozores, Eduard Fernández, Najwa Nimri, Eduardo Noriega, Ernesto Alterio, Natalia Verbeke, Pablo Echarri— que sabe comunicar las contradicciones de esta guerra gerencial que no deja nada en pie. Muy recomendable.
EL MÉTODO, Argentina y España, 2005. Dirección: Marcelo Piñeyro. Guión: Mateo Gil y Piñeyro. Producción: Gerardo Herrero y Francisco Ramos. Fotografía: Alfredo Mayo. Montaje: Iván Aledo. Elenco: Eduardo Noriega, Najwa Nimri, Eduard Fernández, Pablo Echarri, Ernesto Alterio, Carmelo Gómez, Adriana Ozores y Natalia Verbeke. Distribución: Cines Unidos.