A primera vista pareciera que totenucipa fuera una voz náhuatl o de algún idioma desconocido o, por qué no, de ese mismísimo castellano tan fecundo del que, según los entendidos, apenas manejamos, en general, un vocabulario de unas quinientas palabras. Pues no. Totenucipa no es otra cosa que la abreviatura o sigla de una frase demasiado larga para oficiar de título en un artículo y que, dicha con todas sus letras, no es más que Todos Tenemos Nuestra Ciruela Pasa.
A mí me dio como rabia, me dio como vergüenza ajena. He aquí, me dije, un pelón del protocolo. Si el presidente toma un alimento que está para la venta, y, por puras e inmaculadas que sean sus manos, después de probarlo lo vuelve a colocar en donde lo tomó, ¿cómo le explicamos a los niños que eso no se hace? ¿Qué hace el panadero, el frutero, el perrocalentero de la calle frente a un cliente que haga lo mismo? Se ha sentado un precedente, y lo ejemplos, se sabe, suelen ser más eficaces que las teorías y las palabras.
Ciruela Pasa Número 2. Siempre en el canal 8, que fue allí en donde capté la primera ciruela pasa, vi una reposición de la entrevista a Patch Adams, el conocido doctor que ha hecho de la risa en los hospitales una terapia. Difícilmente podamos encontrar, en este mundo tan descreído del post modernismo, alguien que haya aportado más con tan poco. Poco importa que ya el Rider’s Digest hubiera promocionado la risa como remedio infalible. Una cosa son los chistes políticamente correctos de esa publicación, y otra el haber implantado frente al dolor, la enfermedad y la muerte, la espita de la risa y la sonrisa. Agarré el programa ya empezado, casi cuando estaba a punto de terminar, así que no sé de qué iba al principio. Pero la entrevistadora, intérprete mediante, hizo la pregunta de rigor: ¿Qué piensa usted de nuestra Revolución? ¿Qué piensa del presidente Bush? Sería ocioso repetir todo cuanto se dijo, pero una cosa me quedó clara: el mensaje del Dr. Adams es el amor. Amor de todos para todos, amor desde el gobierno, inclusive; y, entre otras consejos que dio, dijo que “sería bueno que el presidente Chávez no pareciera tan bravo en sus discursos, porque el pueblo norteamericano, que no es muy culto, se asusta cuando lo oye y lo ve gesticular”. Impecable —por rápida y certera— respuesta de la entrevistadora que acotó (las palabras no son textuales mas sí el sentido): Pero el suyo [Bush] casi no habla y comete atrocidades... En cuanto a este último, Adams dijo que era “un ladrón, un asesino, un desastre y un peligro”.
A mí me dio como un no sé qué. Me agarró una emoción extraña —son tan difíciles de definir esas cosas que nos pasan mientras la cabeza está tratando de procesar algo, y otra parte del cuerpo, que nunca sabré a ciencia cierta cuál es, nos dice lo contrario. ¿Por qué sentía que el Dr. Adams, bajo su traje colorido, su zarcillo, sus bigotes, sus gestos teatrales, estaba diciendo algo que no era lo que sus palabras decían? ¿Por qué me parecía que los gestos, calculadamente sobre actuados, o quizás solamente fuera de lugar en el estudio de grabación, estaban como desligados de lo que decía? ¿Por que sentí que quien había sido hasta entonces, Robin Williams mediante (Patch Adams, 1998), casi un héroe, no estaba haciendo faire play? Sentir lo que estaba sintiendo me hacía crecer la culpa y me ponía mal: porque ese sentimiento hacia alguien que ha hecho tanto bien a tanta gente demostraba que yo era bien capaz de fabricar mis propias ciruelas pasas. Pero no podía evitarlo. Una vez más, me dije, la palabra y la idea están muy lejos del acto. Una vez más se aplica aquello que, dependiendo de dónde venga y a quién vaya dirigida, una misma cosa es buena o mala. Una vez más aparece, como signo y como sino de la condición humana, la ciruela pasa. Llamar a alguien ladrón, asesino, desastre y amenaza para la humanidad no es, precisamente, hablar desde el amor. Incluso si la persona a quien van dirigidos esos epítetos los merece. Y muchos más. Aunque en eso de juzgar a alguien “sólo Alá es Justo”, como dicen los árabes...
Acto y palabra, teoría y praxis, realidad y utopía son, hoy como ayer, tan difíciles de conciliar que nos sentimos tentados a tirar la toalla, a pedir que suene la campana y nos libere de estos rounds en los que los únicos que siempre perdemos somos los cándidos.
Ciruela Pasa Número 3: LESESESA. Esta vez parece voz francesa. Pero no es. Ley Seca de Semana Santa. A mí, lo confieso, me emocionó hasta las lágrimas el Decreto. “He aquí, me dije, alguien que de verdad nos quiere, que nos protege de nosotros mismos. Eso debió implantarse hace años. En este asueto santo habrá, sin duda, menos accidentes, menos muertos, menos inválidos, menos luto”. Y andaba como regocijada ante la posibilidad de salir a la calle sin que varios litros de alcohol envasados en un carro que corre a mucho más de cien me embistiera. Pura utopía. Hecha la ley, hecha la trampa. “Se venderá licor desde la diez de la mañana a las cinco de la tarde, pero ni una gota en Jueves y Viernes Santo”. Supermercados, abastos, bodeguitas y tarantines ya tenían, a la hora decretada, largas colas esperando que el réferi sonara su pito para empezar la carrera de la compra espirituosa. Para ciertas cosas somos un pueblo precavido. ¡Ay, las ciruelas pasas!
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