sábado, abril 14, 2007

Silvia Dioverti: ¡BINGO! O EL ESLABÓN PERDIDO

(... ) cuyas “derechas” nos esquilmaron y cuyas supuestas “izquierdas"
han pretendido y pretenden orientarnos con piadosa solicitud.
Roberto Fernández Retamar (Caliban)


No sé si en alguna otra parte de este largo, ancho y hermoso continente hispanohablante se utiliza —como lo hacemos en Venezuela— la palabra bingo para señalar un acierto, un hallazgo. En todo caso, no hace falta dar mayores explicaciones. Cualquiera que haya jugado el juego sabe que gritar ¡Bingo! es haber acertado.

Después de mi artículo de la semana pasada (Totenucipa), y a pesar de haberme deslastrado de buena parte del peso de lo incomprensible a través del ejercicio exorcizante de la escritura, las piezas encajaron y yo obtuve una respuesta de esa insondable zona cuyo nombre, ya lo dije, no sé cuál es.

Lo que me molestaba en la entrevista a Pacht Adams surgió neto y claro: me molestaba el consejo, el aire de "yo no fui" para decir —entre sonrisotas y de forma que no pareciera— lo que el presidente HCF debía hacer. Había, pues, en forma más o menos disimulada, un consejo o advertencia. “No hable tanto, grite y gesticule menos, utilice (el verbo lo escojo yo y no sin intención) el amor, no asuste, pues”. Eso fue lo que me molestó. Una vez más, me dije, se nos dice qué debemos hacer. Después de ese fiat lux me acordé de la frase que Norman Mailer utilizó —hace ya mucho tiempo— para definir, no sin corrosiva ironía, la intervención de los marines en Vietnam: “Estamos ayudando a este pueblo a encontrarse a sí mismo”. ¡Bingo! "I got you", me dije, lo que me molestaba, sin que pudiera reconocerlo, es que tú también, Patch, quisieras ayudarnos. Y entonces comenzó la deflagración en cadena de mi personalidad políticamente esquizoide. Porque yo, que no soy precisamente una fan de la persona de HCF, y siempre he estado en contra de las solidaridades automáticas, me puse inmediatamente de su lado. Si el presidente quiere gritar, gesticular, decir que huele a azufre, eso le compete y nos compete. Y nos compete, porque cada pueblo, según Fidel, tiene el gobierno que se merece. Sí, yo sé que con esa manía de nuestro presidente de andar oliendo qué se cocina en las casas ajenas, nosotros, sus súbditos, deberíamos morir callados cuando alguien viene a decirnos cómo guisar. Pero qué se hace, el sentimiento patrio es más grande que la prudencia.

Por qué me costó tanto dar con ese fiat lux o eslabón perdido sólo se explica por lo de la esquizofrenia política: al igual que muchos otros venezolanos estoy políticamente escindida. Pero por muy escindida que esté me cae gordo que alguien nos diga qué debemos hacer. Las personas y los pueblos tenemos el derecho a equivocarnos, aunque a veces esas equivocaciones tengan un precio enorme. Y parte de ese precio es esta nada despreciable minoría que no halla en dónde acomodarse, que recibe con igual desconfianza los consejos de derecha y de izquierda y que, no pudiendo volverse hacia el pasado, tampoco ve con claridad el futuro.

Es por eso por lo que, no sin intención, coloco un epígrafe de Roberto Fernández Retamar, porque nosotros —los lectores hijos del boom literario— que alcanzamos una conciencia social y nos formamos en una cultura que reivindicaba, por fin, nuestros propios valores mestizos, ahora somos vistos, cada vez que cuestionamos esta realidad, ya no como seres con derecho a disentir, a cuestionar, sino como los hijos de Darth Vader. Los que tuvimos que aceptar, no sin horror y dolor, que la caza de brujas ocurría por igual de este y del otro lado del Muro, que la Revolución Cultural costó a la humanidad la bicoca de veinte millones de chinos muertos, siete millones en la Rusia de Stalin y no pocos Hebertos Padillas y Cabreras Infantes, (si no clínica, sí políticamente muertos) en la de Fidel, ¿cómo podríamos, sin más ni más, volvernos hacia el pasado? ¿Cómo podríamos, para mirar hacia el futuro, olvidar la historia? Sartre, cuestionado después por la misma izquierda que vio con beneplácito que renunciara al premio gordo de literatura, dijo una vez que un pueblo que no tiene memoria está destinado a repetir su propia historia.

Anular la propia memoria es uno de los recursos de la locura. Aunque locura no sea, necesariamente, falta de lucidez. Recuérdese a Hölderlin. El credo político de esta minoría, si credo hubiera, sería: a) era absoluta e históricamente imprescindible que HCF apareciera, b) es absoluta e históricamente imprescindible que, llegado el momento —que ni él ni nadie puede decir cuándo será— haga mutis por el foro, c) es absoluta e históricamente imprescindible que maduremos, y madurar, entre otras varias cosas, es dejar atrás al padre. Freud y Lacan dixit.

Papá (o Padrecito, como llamaban los rusos al Zar) tiene —hacia fuera y hacia algunos sectores de adentro y por ahora— el convincente poder que da el petróleo. Papá tiene, por ahora, la sed y el hambre de justicia que un pueblo históricamente desoído ha acumulado. Lo que papá no tiene es a Dios cogido por las barbas, no tiene, no lo tendrá nunca, el absoluto consentimiento de todos sus hijitos, y eso es lo que prioritariamente debe oír. Oír el susurro endógeno (para utilizar una palabra tan en boga) antes de que se convierta en vocería ensordecedora, he ahí lo sabio... diría Lao-Tse. Porque quien sólo escucha afuera no oye adentro, o como bien decía G. Gurdjieff, “quien busca mal nada encuentra, quien encuentra aquí, tropieza en otras partes con la puertas cerradas”.

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