sábado, abril 14, 2007

Cine: RELATOS DE LA ARGENTINA INVISIBLE

No es la historia de un santo sino la de un devoto. Tampoco es el relato de un milagro pero sí la exaltación de una esperanza. Lo que el realizador argentino Carlos Sorín logró con El camino de San Diego constituye la reafirmación de una idiosincracia, de una forma de ser, de una manera de asumir la vida que se revela más allá de los estereotipos. La película posee la fuerza de una aparente sencillez dramática que a medida que transcurre la proyección adquiere fuerza y expresividad.

No creo exagerar cuando afirmo que Carlos Sorín es uno de los cineastas más particulares no sólo de la producción argentina sino de toda América Latina. Sencillo y complejo a la vez, este porteño ha logrado construir una breve filmografía muy intensa que habla de los personajes cotidianos de la calle, esos pequeños perdedores que esgrimen la bondad como única herramienta para sobrevivir. A sus sesenta y dos años, Sorín ha realizado tan sólo cuatro largometrajes que han recibido premios y reconocimientos en festivales internacionales: La película del rey (1986), Historias mínimas (2002), Bombón, el perro (2004) y El camino de San Diego (2006) que se estrena en Venezuela. En 1989 dirigió Eterna sonrisa en Nueva Jersey, una coproducción argentino-británica —protagonizada por Daniel Day Lewis— de la cual Sorín ha renegado porque sus productores remontaron el film y cambiaron todo el sentido de su historia.

La película del rey constituyó la presentación de un nuevo director que mezcló su profesión —un cineasta era el personaje central— con la historia verdadera de un francés que en el siglo XIX arribó a Argentina, enloqueció y se proclamó Rey de la Patagonia y la Araucania. Con esta ópera prima ganó el León de Plata en el Festival de Venecia, el Goya español y el Coral de Oro en el Festival de La Habana. Sorín tardó dieciséis años para estrenar Historias mínimas —también ambientada en la Patagonia— como una suerte de homenaje a esos pequeños seres que buscan la felicidad con los gestos y las actitudes de cada día. Cosechó una docena de premios en los festivales de San Sebastián, Los Ángeles, Lima, La Habana, entre otros, y repitió con el Goya. Dos años después presentó Bombón, el perro, conmovedor relato sobre la cálida amistad —reveladora de grandes sorpresas— que se revela entre un hombre y su mascota, que fue premiada en San Sebastián.

Finalmente llega El camino de San Diego, también premiado en San Sebastián el año pasado, con el cual Sorín parece cerrar su “trilogía sobre los perdedores”, aunque esta vez no ubica el relato en la remota y sureña Patagonia sino en la provincia de Misiones, en la frontera norte de Argentina con Paraguay y Brasil, en lugares donde aún se habla guaraní. Pero sus personajes siguen siendo los mismos, es decir, gente de a pie, los eternos olvidados, eso que llaman la Argentina invisible, los seres que —de tan comunes— no se ven.
Tati Benítez es un muchacho que apenas cruza los veinticinco años, casado, padre de tres hijos, quien acaba de perder su empleo pero que no puede escapar de su obsesión: Diego Armando Maradona. Fanático empedernido del Pibe, decide llevarle a la clínica donde se recupera de sus dolencias una talla realizada en la raíz de un árbol típico del noreste argentino. Por eso la película se llama El camino de San Diego: porque se trata de una peregrinación y porque Maradona está a punto de ser canonizado en al mente de Tati.

Concebida como una road movie, la película de Sorín es un homenaje a la gente buena, humilde, sencilla, incapaz de hacer el mal, pero que al mismo tiempo ejercita una conducta irracional. Narra el viaje de Tati hasta Buenos Aires, una travesía que lo vinculará con otros personajes olvidados, otros perdedores, que le ofrecerán su ayuda, su solidaridad, su comprensión, para que pueda cumplir el absurdo objetivo de su misión: entregarle a Maradona una talla en madera con su rostro. No importa que esté desempleado, que tenga una esposa en Misiones y que deba llevar el sustento a sus tres hijos —el varoncito se llama Diego Armando, por supuesto— porque lo único que cuenta es el dios Maradona. Una enajenación colectiva que puede atribuirse al fanatismo deportivo de los argentinos pero que fácilmente encontramos en las conductas de otros latinoamericanos y, en particular, en esta locura que actualmente vivimos los venezolanos.

El camino de San Diego es un film hermoso, a ratos conmovedor, absolutamente irreal, que habla de los grandes ingenuos que aún creen alcanzar la felicidad porque no exigen demasiado sino lo necesario. Es significativo que en el relato no existe la maldad ni la envidia ni el egoísmo y, en cambio, se manifieste la solidaridad y la amistad que respaldan el hecho enajenado de escapar de la realidad para llevar un regalo al dios Diego. No hay lógica posible. El final es altamente significativo de la presencia del azar. Una obra distinta.

Ojo, esta es una película que un exigente amante del cine no puede dejar de ver. Tan sólo la exhiben en el Celarg 3.

EL CAMINO DE SAN DIEGO, Argentina y España, 2006. Dirección y guión: Carlos Sorín. Producción: Oscar Kramer y Hugo Sigman. Fotografía: Hugo Colace. Montaje: Mohamed Rajid. Música: Nicolás Sorín. Elenco: Ignacio Benítez, Carlos Wagner La Bella, Paola Rotela, Silvina Fontelles, Miguel González Colman, José Armónico, Toti Rivas, Marisol Córdoba, Otto Mosdien, Claudio Uassouf, Pascual Condito, entre otros. Distribución: Gran Cine.

No hay comentarios.: