viernes, marzo 23, 2007

Trino Márquez: TIEMPOS BÍBLICOS

Tiempos extraños estos que estamos viviendo. Parecieran salidos de algunos de los salmos del Viejo Testamento. La ineficacia del Gobierno está alcanzando cuotas tan elevadas, que todos los gobiernos anteriores parecen ejemplos cósmicos de eficiencia y probidad. Resulta difícil entender por qué mientras la inmensa mayoría de los países del planeta han resuelto el problema de la inflación, Venezuela, junto a Zimbawue, continúa teniendo una de las tasas más altas del mundo. También es complicado comprender cómo con el barril de petróleo por encima de 50 dólares, y con más de 33 mil millones de dólares en reservas internacionales, escasean productos alimenticios de la canasta básica, además de artículos de limpieza y de tocador ¡con lo presumido que este pueblo!

Desde luego que las explicaciones racionales existen. El embotellamiento se encuentra en la oferta de bienes. El aparato productivo no puede satisfacer la demanda interna, por el desequilibrio que se ha creado entre la masa de dinero en manos de la gente y la oferta de bienes existente. El Gobierno ha tratado de reducir ese desajuste por la vía de las importaciones. Pero ocurre que CADIVI, a pesar de que después de varios años de estar funcionando debería hacerlo con gran eficiencia, restringe con cada vez mayor rigor la entrega de divisas. La discrecionalidad pasa factura.

Cualquiera podría pensar que estos desaguisados son obra de la improvisación o novatería de un equipo que, a pesar de tener ocho años dirigiendo al país, no aprende a hacerlo. Sin embargo, los datos señalan que estas fallas responden a la concepción general que predomina en el Gobierno y, especialmente, en el Presidente de la República. La línea de controles adoptada por el régimen, junto a la aprobación de un conjunto de instrumentos legislativos que desestimulan la inversión, afectan severamente la capacidad generadora de bienes. Los empresarios nacionales se sienten, con razón, amenazados por la cantidad de leyes y reglamentos draconianos que han entrado en vigencia, mientras los inversionistas extranjeros, por las mismas razones, no se arriesgan a colocar sus capitales en el país. En estas condiciones, lucen lejanas las posibilidades de fortalecer el aparato productivo con el fin de incrementar la oferta. Todo esto ocurre en medio de la mayor y más prolongada bonanza petrolera de la historia nacional.

Ahora bien, el desconcierto no reside solamente en el comportamiento errático del jefe del Estado y del Gabinete que lo acompaña. Las enormes marfiladas en el área de las políticas públicas podrían atribuirse al hecho de que esas medidas se insertan dentro del modelo del socialismo del siglo XXI, receta intervencionista y dirigista condenada por la historia a fracasar en todas las sociedades donde trata de aplicarse. La debilidad más grave de la nueva “clase” gobernante reside en su postración, alienación diría el joven Marx de los Manuscritos económicos y filosóficos, ante el Presidente de la República. Es la obsecuencia desvergonzada de algunos dirigentes que militan en el proceso, inaceptable en una democracia, la que le confiere tintes dramáticos al período que vivimos.

Los ejemplos de sumisión y mansedumbre frente al jefe abundan. No puedo referirme a todos. Ni siquiera a los más importantes. Pero señalar algunos de los casos más grotescos permite identificar hasta dónde puede llegar la degradación de unos militantes y dirigentes, cuando el liderazgo de un Presidente se concibe desde una perspectiva personalista, y no dentro del marco del sistema institucional y legal que debe regir una nación.

Luego del atronador regaño que Hugo Chávez les propinó a los partidos Podemos y Patria Para Todos el domingo 18 de marzo, el gobernador de Yaracuy —¿ex militante de Podemos?— declaró su ya célebre frase: “Me declaro un soldado más para fortalecer la patria soñada, ahora que contamos con el líder soñado”. Aparte de todo el servilismo contenido en la expresión, ¿sabrá Carlos Jiménez que la elección directa, popular y secreta de los gobernadores de Estado, uno de los máximos símbolos de la descentralización, se logró luego de una dura batalla contra el poder central y, particularmente, contra el presidencialismo predominante en Venezuela desde Cipriano Castro en adelante? ¿Tendrá conciencia de que a los mandatarios estadales les corresponde, tanto por decoro como por razones políticas, mantener posturas firmes frente al Presidente de la República? Es evidente que la sindéresis no representa el punto más fuerte del gobernante yaracuyano.

También después del aquella iracunda reprimenda por parte del primer mandatario, el secretario general del PPT bajó la cerviz hasta las rodillas. Su actitud reverencial obliga a preguntarnos cuál idea tienen de las alianzas los partidos y grupos que apoyan a Chávez. Por lo visto, a partir de las palabras del Secretario General del PPT, la única manera de integrar una plataforma común con el jefe del Estado es obedeciendo incondicionalmente sus órdenes y satisfaciendo sin chistar sus caprichos. Queda proscrito todo lo que signifique disidencia, autonomía relativa, independencia para pensar con cabeza propia o tímido asomo de crítica, que fue lo que hizo Ismael García en nombre de la democracia y la pluralidad.

Por encima de las edulcoradas palabras que Hugo Chávez pronunció ante la complaciente Barbara Walters acerca del socialismo del siglo XXI y sus planes para Venezuela, su comportamiento frente a sus aliados revela el talante irremediablemente autoritario de su proyecto político. Más deplorable aún es la vileza de personajes públicos que son incapaces de guardar la dignidad que sus cargos y responsabilidades exigen.

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