“Una Nación debe ser juzgada no por el tratamiento que brinda a sus mas ilustres ciudadanos, sino mas bien por el que le da a los más excluidos de todos: sus presos”. La cita es de Nelson Mandela y la utiliza una ONG venezolana, “Observatorio de Prisiones” para describir la situación de nuestras cárceles.
Lo que contiene esa presentación es aterrador y difícil de creer que pueda tener lugar en una sociedad medianamente civilizada. Con una población de alrededor de 18 mil personas, nuestras cárceles registraron ¡412! asesinatos en 2006. Eso representa una tasa de más de 20 homicidios por cada mil presos. Para ponerlo en contexto, Brasil tiene una tasa de 1 homicidio por cada mil presos, mientras que en Argentina esa tasa es de 0,3 y en Colombia de 0,2. Con esos números, Venezuela tiene posiblemente la tasa de homicidios carcelarios más alta de América Latina y quizás del mundo.
Para tener una idea de lo que 20 homicidios por cada mil habitantes significan, baste decir que para una población como la de Venezuela, eso representaría más de medio millón de asesinatos anuales.
La situación viene agravándose año tras año. Así, entre 1999 y 2006 han muerto más de 2.700 presos en las cárceles venezolanas. Por cierto, esta es una cifra similar a la de los soldados norteamericanos muertos en la guerra de Irak; o sea, que en las cárceles venezolanas tenemos nuestro pequeño Irak, o no tan pequeño en verdad.
Esas estadísticas revelan que en Venezuela está plenamente instituida la pena de muerte, pero de una manera más injusta e indigna que la que emplean otros países, pues la muerte llega en cualquier momento, al azar y dentro de una extrema violencia.
La mortandad en las cárceles es inexcusable. Se trata de gente que está bajo la permanente vigilancia y control del Estado. La pena de muerte, tal como ocurre en nuestras cárceles, debería tener al gobierno muerto de pena. Lamentablemente, no es así.
gerver@liderazgoyvision.org
Lo que contiene esa presentación es aterrador y difícil de creer que pueda tener lugar en una sociedad medianamente civilizada. Con una población de alrededor de 18 mil personas, nuestras cárceles registraron ¡412! asesinatos en 2006. Eso representa una tasa de más de 20 homicidios por cada mil presos. Para ponerlo en contexto, Brasil tiene una tasa de 1 homicidio por cada mil presos, mientras que en Argentina esa tasa es de 0,3 y en Colombia de 0,2. Con esos números, Venezuela tiene posiblemente la tasa de homicidios carcelarios más alta de América Latina y quizás del mundo.
Para tener una idea de lo que 20 homicidios por cada mil habitantes significan, baste decir que para una población como la de Venezuela, eso representaría más de medio millón de asesinatos anuales.
La situación viene agravándose año tras año. Así, entre 1999 y 2006 han muerto más de 2.700 presos en las cárceles venezolanas. Por cierto, esta es una cifra similar a la de los soldados norteamericanos muertos en la guerra de Irak; o sea, que en las cárceles venezolanas tenemos nuestro pequeño Irak, o no tan pequeño en verdad.
Esas estadísticas revelan que en Venezuela está plenamente instituida la pena de muerte, pero de una manera más injusta e indigna que la que emplean otros países, pues la muerte llega en cualquier momento, al azar y dentro de una extrema violencia.
La mortandad en las cárceles es inexcusable. Se trata de gente que está bajo la permanente vigilancia y control del Estado. La pena de muerte, tal como ocurre en nuestras cárceles, debería tener al gobierno muerto de pena. Lamentablemente, no es así.
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