Desde su llegada al poder Hugo Chávez ha impulsado el desarrollo de un movimiento sindical de corte bolivariano que agrupe a distintas organizaciones bajo el paraguas de la Unión Nacional de Trabajadores, central obrera alterna a la Confederación de Trabajadores de Venezuela, es decir, una respuesta propia al sindicalismo de la IV República.
Con la ayuda del Ejecutivo, especialmente del Ministerio del Trabajo, en ocho años la UNT ha logrado controlar el movimiento obrero. Ha nacido un nuevo proletariado, vocean sus dirigentes. Un proletariado que respalda el proceso bolivariano. La UNT ha logrado desplazar a la CTV con el apoyo autoritario del gobierno —lo que no pudo hacer por la vía electoral Aristóbulo Isturíz cuando intentó vanamente disputarle la presidencia de la CTV a Carlos Ortega— y trabaja arduamente para convertirse en el brazo político que le dé soporte popular al chavismo.
El trabajo sindical, tradicionalmente, se traduce en más convenciones colectivas, más reivindicaciones, mejores condiciones de trabajo, etcétera, pero para sorpresa de algunos dirigentes sindicales del chavismo —que ya están despertando— las convenciones colectivas del sector público están paralizadas. Cada vez más el Estado —fundamentándose en los principios de la participación y el protagonismo popular que propugna la Constitución Nacional— manifiesta querer convertirse en el gran protector y promotor de la pequeña y mediana industria, de las cooperativas, de las empresas familiares y microempresas. Es decir, creador y protector de todas estas figuras en donde no cabe el sindicalismo.
Pronto han comenzado a surgir las contradicciones internas en la UNT y sus sindicatos afiliados. Por los menos dos corrientes se disputan agriamente el liderazgo. Una representada por Marcela Maspero, dirigente que ha merecido la confianza de Chávez y a menudo se le ve sentada a su lado en los actos oficiales, y la otra por Orlando Chirinos, hombre del sindicalismo "nuevo" que busca su definición revolucionaria, no a través del poder ni del gobierno, sino en el espacio que le dan las organizaciones sindicales. Ambos son los representantes de una lucha interna que, desde afuera, se aprecia muy intensa. Pero la existencia de dos o tres tendencias en pugna constituye algo perfectamente natural dentro de una organización de masas. No habría que alarmarse por ello en un sistema democrático.
Los problemas que acuchillan al movimiento sindical en general —más dramáticos aun en el sindicalismo chavista— son otros. Desde el punto de vista del socialismo marxista, son graves y contradictorios el derecho del trabajo y el sindicalismo. concebidos como “inventos del capitalismo” para perpetuar la contradicción entre el capital y el trabajo. En el modo de producción socialista no existe sindicalismo auténtico pues la patronal está representada por el gobierno revolucionario. En la dictadura del proletariado no puede haber sindicatos que saboteen el proceso... del proletariado. Allí están los ejemplos históricos de la Unión Soviética y la República Popular China, y los ejemplos nuestros de cada día.
En el sector energético, los sindicatos de las empresas mejoradoras del crudo pesado que pasarán a ser controladas por PDVSA en mayo, ya han sido notificados —decreto por delante— que se regirán por la convención colectiva de PDVSA. Esto quiere decir que han perdido su derecho a negociar colectivamente con sus verdaderos empleadores: Sincor, Ameriven, Petrozuata o las contratistas.
Los sindicatos de la C.A. Electricidad de Caracas están a la expectativa. ¿Qué pasará con la CANTV? Sólo es cuestión de tiempo.
El segundo problema —no por ello menos importante— que se evidencia en el sindicalismo bolivariano es el gusto por el poder estatal de sus dirigentes. Los venezolanos estábamos acostumbrados al poder del buró sindical de Acción Democrática. Éste ponía y quitaba candidatos a presidente de la República (¿recuerdan el caso de Leoni?), siempre tenían un número significativo de votos en el Congreso de la República, pero no dejaban de ser “sindicalistas”, esto es, legislaban desde el parlamento para los trabajadores, desarrollaron la convención colectiva como instrumento de acuerdos entre intereses contrarios, diseñaron un sistema de seguridad social en franco diálogo con los empresarios. Esto hay que reconocerlo y decirlo hoy sin querer defender los peores momentos de la antigua CTV.
A estos sindicalistas y gremialistas chavistas que están en la Asamblea Nacional, por ejemplo, habría que preguntarles por qué no han sido capaces de cumplir con el mandato constitucional de reformar el régimen de prestaciones sociales, por qué no han aprobado el proyecto de Ley de Cogestión, aparente bandera del chavismo, por qué los sindicalistas del Ejecutivo, el ministro del Trabajo y el actual Canciller no han representado los intereses de su clase. Les ha gustado el poder.
Lo cierto es que cada vez más, en Venezuela, el Estado es dueño de los medios de producción. Es decir, el gobierno revolucionario es el gran patrón. A ese patrón se deben enfrentar ahora los dirigentes de la UNT. Es la nueva imagen de The Big Brother, como diría George Orwell en su premonitoria novela 1984, escrita precisamente en 1948, tras tomar la URSS el control de la mitad de Europa.
¿Qué papel van a jugar los sindicatos chavistas, en las próximas protestas populares que se avecinan producto de la situación económica? ¿Correrán con la misma suerte de los trabajadores informales? ¿O reaparecerá su combatividad histórica? ¿Estarán preparados para la represión que se les avecina?
Solo ellos tienen la respuesta.
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