No es pesimismo decir que en el socialismo del siglo XXI no caben los empresarios. No cupieron en el del siglo pasado, ¿se acuerdan? En el modo de producción socialista la actividad económica en su totalidad la ejerce el Estado, no los particulares. Y en el proceso rojo que avanza en Venezuela no estamos hablando de socialdemocracia ni de gobiernos socialistas en sociedades democráticas liberales y capitalistas, como los hay o ha habido en Francia, España o Chile. Ni siquiera hablamos de la República Popular China, donde el partido comunista insta al desarrollo del modo de producción capitalista y —oh, sorpresa— hay cada vez más empresarios que amasan atractivas fortunas y generan empleos a millones de conciudadanos. Por cierto, una buena parte de esos trabajadores son niños.
No, tenemos una verdad como una catedral: cuando hablamos del socialismo del siglo XXI estamos hablando del socialismo marxista al estilo de Cuba, Corea del Norte y la Unión Soviética del siglo pasado.
En el reacomodo del poder en Venezuela —a lo largo de los ocho años del dominio de Hugo Chávez— se han operado transformaciones muy importantes en el campo de la actividad privada venezolana. Para empezar podemos hablar del grupo de empresarios que a lo largo de 1998 financió la campaña del entonces candidato de la llamada antipolítica. Chávez estaba dispuesto a permitir el enriquecimiento de algunos sectores empresariales, siempre y cuando no quisieran intervenir en lo político. O dicho de otro modo: en sus mecanismos para perpetuarse en el poder.
Una vez investido como Presidente de la República, Chávez no tardó en declararse a favor de la Tercera Vía que Tony Blair proclamaba desde Londres. Esa fue su manera de mantener una posición crítica frente al capitalismo sin asumir una definición claramente socialista. Ni capitalismo ni socialismo sino todo lo contrario, como dijo Carlos Andrés Pérez en su primer mandato.
Fue el inicio de una película que se iba desarrollando con escenas de amor y odio mientras dos tipos de negocios avanzaban: el económico para el sector privado y el político para el gobierno. Lejanos tiempos cuando Chávez aún no hablaba del socialismo del siglo XXI.
De aquella ingenuidad —¿existe en los negocios tal cosa?— de algunos sectores empresariales se pasó a otra etapa mucho más crítica a partir del primer paro general convocado el 10 de diciembre de 2001 por la Fedecámaras comandada por Pedro Carmona Estanga. En ese momento la película no se desarrolló como se esperaba y aparecieron unas leyes que fueron producto de la primera habilitante. Entonces, algunos empresarios comenzaron a darse cuenta que la presión democrática ejercida por su dirigencia no encontraba eco. El gobierno hasta ese entonces tan solo amenazaba al propietario de grandes extensiones de tierra —¿se acuerdan de la ruptura de la Gaceta Oficial?— y a los padres de familia —craso error— ante la reforma ideologizada de la educación. Por cierto, ¿qué será de la vida de los supervisores itinerantes?
Por supuesto, otros sectores —básicamente del sector financiero— continuaban tranquilos y nuevos empresarios adquirieron los bienes productivos a otros empresarios que sí veían con mayor claridad —para esa época— que vendría lo que después se llamaría el socialismo del siglo XXI .
La presión empresarial —no eran todos los que estaban ni estaban todos los que eran— continuó hasta final del paro petrolero el 2 de febrero de 2003, con la participación decidida de la Fedecámaras liderada por Carlos Fernández. Desde ese momento se abrió paso el reacomodo del poder económico venezolano. ¿Se acuerdan de la talanquera? ¿Existe la inocencia en el mundo de los negocios?
Buena parte del sector financiero y de las telecomunicaciones —las dos actividades privadas de mayor crecimiento— se cuadró con las estrategias económicas del gobierno y, sin duda alguna, extrajo nada desdeñables beneficios de esta alianza. Empresarios que antes habían sido adversarios directos se plegaron a las oportunidades de negocios que Chávez abrió en aquel entonces para ellos.
En la otra orilla, otro sector de los emprendedores privados —más conscientes del peligro que se avecinaba y con mayor solidez ética— decidió mantenerse al margen de los negocios del oficialismo. Tomaron una posición mucho más digna aunque también más riesgosa.
Tal fue la cantidad de dinero que el gobierno puso en la calle que un directivo de una muy importante cámara binancional de comercio llegó a afirmar que los hombres de negocios estaban participando en una gran fiesta con excelentes dividendos. Alguien que estuvo presente en esa reunión le respondió que sí, que era una gran fiesta millonaria pero paradójicamente el whisky que estaban sirviendo estaba adulterado y que el ratón sería tremendo. Algunos ya han comenzado a despertar con resaca.
Hace dos meses, despuntando los primeros días de enero, Chávez radicalizó su discurso y puso proa hacia lo que él llama el socialismo del siglo XXI, que más allá de la mitología romántica de la revolución significa algo groseramente concreto: la estatización y el control directo y total sobre la actividad productiva, la industrial y la comercial. Cada vez más se achica el campo de lo privado. Chávez, el gran propietario de todo, incluida la red más importante de medios de comunicación, acaba de estatizar la mayor parte de la actividad petrolera, toda la energía eléctrica del país, la mayor operadora telefónica y amenaza con hacer lo mismo con la cadena productiva de los alimentos.
Tenemos algunos capitanes de las finanzas, las telecomunicaciones, la construcción, los medios de comunicación y la industria manufacturera que han apostado al enriquecimiento a la sombra de Chávez. El oportunismo es mal consejero para "los inocentes". Prefieren calzarse las botas rojas sin recordar una verdad tan grande como una catedral: en el socialismo real no hay empresarios.
No, tenemos una verdad como una catedral: cuando hablamos del socialismo del siglo XXI estamos hablando del socialismo marxista al estilo de Cuba, Corea del Norte y la Unión Soviética del siglo pasado.
En el reacomodo del poder en Venezuela —a lo largo de los ocho años del dominio de Hugo Chávez— se han operado transformaciones muy importantes en el campo de la actividad privada venezolana. Para empezar podemos hablar del grupo de empresarios que a lo largo de 1998 financió la campaña del entonces candidato de la llamada antipolítica. Chávez estaba dispuesto a permitir el enriquecimiento de algunos sectores empresariales, siempre y cuando no quisieran intervenir en lo político. O dicho de otro modo: en sus mecanismos para perpetuarse en el poder.
Una vez investido como Presidente de la República, Chávez no tardó en declararse a favor de la Tercera Vía que Tony Blair proclamaba desde Londres. Esa fue su manera de mantener una posición crítica frente al capitalismo sin asumir una definición claramente socialista. Ni capitalismo ni socialismo sino todo lo contrario, como dijo Carlos Andrés Pérez en su primer mandato.
Fue el inicio de una película que se iba desarrollando con escenas de amor y odio mientras dos tipos de negocios avanzaban: el económico para el sector privado y el político para el gobierno. Lejanos tiempos cuando Chávez aún no hablaba del socialismo del siglo XXI.
De aquella ingenuidad —¿existe en los negocios tal cosa?— de algunos sectores empresariales se pasó a otra etapa mucho más crítica a partir del primer paro general convocado el 10 de diciembre de 2001 por la Fedecámaras comandada por Pedro Carmona Estanga. En ese momento la película no se desarrolló como se esperaba y aparecieron unas leyes que fueron producto de la primera habilitante. Entonces, algunos empresarios comenzaron a darse cuenta que la presión democrática ejercida por su dirigencia no encontraba eco. El gobierno hasta ese entonces tan solo amenazaba al propietario de grandes extensiones de tierra —¿se acuerdan de la ruptura de la Gaceta Oficial?— y a los padres de familia —craso error— ante la reforma ideologizada de la educación. Por cierto, ¿qué será de la vida de los supervisores itinerantes?
Por supuesto, otros sectores —básicamente del sector financiero— continuaban tranquilos y nuevos empresarios adquirieron los bienes productivos a otros empresarios que sí veían con mayor claridad —para esa época— que vendría lo que después se llamaría el socialismo del siglo XXI .
La presión empresarial —no eran todos los que estaban ni estaban todos los que eran— continuó hasta final del paro petrolero el 2 de febrero de 2003, con la participación decidida de la Fedecámaras liderada por Carlos Fernández. Desde ese momento se abrió paso el reacomodo del poder económico venezolano. ¿Se acuerdan de la talanquera? ¿Existe la inocencia en el mundo de los negocios?
Buena parte del sector financiero y de las telecomunicaciones —las dos actividades privadas de mayor crecimiento— se cuadró con las estrategias económicas del gobierno y, sin duda alguna, extrajo nada desdeñables beneficios de esta alianza. Empresarios que antes habían sido adversarios directos se plegaron a las oportunidades de negocios que Chávez abrió en aquel entonces para ellos.
En la otra orilla, otro sector de los emprendedores privados —más conscientes del peligro que se avecinaba y con mayor solidez ética— decidió mantenerse al margen de los negocios del oficialismo. Tomaron una posición mucho más digna aunque también más riesgosa.
Tal fue la cantidad de dinero que el gobierno puso en la calle que un directivo de una muy importante cámara binancional de comercio llegó a afirmar que los hombres de negocios estaban participando en una gran fiesta con excelentes dividendos. Alguien que estuvo presente en esa reunión le respondió que sí, que era una gran fiesta millonaria pero paradójicamente el whisky que estaban sirviendo estaba adulterado y que el ratón sería tremendo. Algunos ya han comenzado a despertar con resaca.
Hace dos meses, despuntando los primeros días de enero, Chávez radicalizó su discurso y puso proa hacia lo que él llama el socialismo del siglo XXI, que más allá de la mitología romántica de la revolución significa algo groseramente concreto: la estatización y el control directo y total sobre la actividad productiva, la industrial y la comercial. Cada vez más se achica el campo de lo privado. Chávez, el gran propietario de todo, incluida la red más importante de medios de comunicación, acaba de estatizar la mayor parte de la actividad petrolera, toda la energía eléctrica del país, la mayor operadora telefónica y amenaza con hacer lo mismo con la cadena productiva de los alimentos.
Tenemos algunos capitanes de las finanzas, las telecomunicaciones, la construcción, los medios de comunicación y la industria manufacturera que han apostado al enriquecimiento a la sombra de Chávez. El oportunismo es mal consejero para "los inocentes". Prefieren calzarse las botas rojas sin recordar una verdad tan grande como una catedral: en el socialismo real no hay empresarios.
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