jueves, noviembre 16, 2006

Trino Márquez: UN GOBIERNO CON TARJETA ROJA

La mejor prueba de que a Hugo Chávez le interesa tanto el amor por Venezuela como el color de los calcetines que usa cada día es el apoyo irrestricto que le ofreció a la infame intervención del ministro de Energía y Petróleo, Rafael Ramírez, en el antiguo CIED. Esas palabras, cargadas de rencor y resentimiento contra todo lo que signifique pluralidad, libertad de pensamiento, libertad de conciencia y meritocracia, fueron aplaudidas a rabiar por el Presidente de la República, a pesar de que se produjeron en medio de una campaña multimillonaria, dirigida a convencer a los electores indecisos y a los abstencionistas que podrían inclinarse por su opción candidatural, pues él representa, supuestamente, la armonía, la reconciliación y la paz.
Hablar de amor y practicar el odio forma parte de esa polaridad en la que se debate continuamente el caudillo. La incongruencia sintetiza el signo de su accionar como jefe de Estado y dirigente político. Habla de integración latinoamericana, pero ataca a la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y saca a Venezuela de esta importante instancia de negociación y comercio subregional, una de las pocas en las que ha cristalizado la integración en esta parte del continente. Denuncia a George W. Bush como genocida y guerrerista, y al mismo tiempo se embarca en la carrera armamentista más agresiva que se recuerde en la historia nacional, protege a las FARC y alienta la formación de grupos paramilitares como los Tupamaros y los Carapaica, que andan armados hasta los dientes, y no precisamente para resguardar las seguridad de los vecinos del caraqueño barrio 23 de Enero. Se declara enemigo público del imperialismo norteamericano, mientras simultáneamente, valiéndose del petróleo, practica una suerte de subimperialismo con la mayoría de los pequeños y medianos Estados de Centroamérica y el Caribe. Habla de tolerancia y democracia, pero mantiene Venezolana de Televisión y VIVE como cotos cerrados del gobierno y, de paso, aúpa a esa cloaca llamada La Hojilla, que no corta sino infecta por las efusiones nauseabundas que exhala. Se refiere a sí mismo cono un líder democrático que ha sido electo en comicios transparentes, pero se niega a eliminar las captahuellas, dispositivo concebido para atemorizar al electorado más vulnerable —empleados públicos, contratistas, becarios, prestamistas, pensionados— frente a los chantajes del Gobierno. La inconsistencia se aprecia por todos lados.
Visto desde otro ángulo, el “rojo, rojito” del que habla Ramírez y el resto de las corte oficial, incluido Jorge Valero, uno de los numerosos viceministros que dirigen la Cancillería, no se restringe a PDVSA, sino que se extiende a todo el país, gracias a la infinita incompetencia de esta administración. La inseguridad personal durante los últimos 8 años se ha convertido en el problema más grave de la nación. Las páginas de sucesos (rojas) se han ampliado porque los periódicos en sus espacios habituales no pueden informar con un mínimo de rigor acerca de lo que ocurre en el tenebroso mundo de hampa. La cifra de muertes violentas como resultado de la acción de la delincuencia, dan vértigo. Ya es un lugar común decir que Venezuela es el país más violento de esta parte del planeta. El gobierno no es capaz —probablemente porque no le interesa— de instrumentar un plan para reducir la inseguridad a los niveles promedio que muestran las naciones altamente urbanizadas del Tercer Mundo. En esta materia, por lo tanto, la acción del gobierno chavista está en rojo.
En la materia relacionada con el desarrollo económico, aumento de la inversión, creación de empleos y reducción de la informalidad y de la pobreza, ocurre otro tanto. Si se aparta la inversión en petróleo y telecomunicaciones, que generan muy poco empleo, la inversión bruta de capital ha sido raquítica desde que el comandante llegó a Miraflores. Las razones de este famélico flujo son ostensibles: cuál inversionista sensato se arriesga a invertir en un país donde su gobierno se propone, a estas alturas del siglo XXI, implantar el comunismo, sustituir el dinero (valor de cambio) por el trueque, y en vez de aprovechar las enormes ventajas que ofrece la globalización a un país petrolero, propone como alternativa la endogenización; es decir, quién se atreve a arriesgar su capital en un país que marcha en sentido contrario al que avanzan la inmensa mayoría de los países de mundo, los cuales, por añadidura, fomentan la libre empresa y resguardan la propiedad privada, derecho al que colocan entre los derechos naturales del hombre, esto es, lo ubican por encima del ámbito del Estado. El esquema colectivista e intervencionista adoptado por Chávez explica el pobre desempeño de la economía venezolana, a pesar de la montaña de petrodólares que han ingresado a las arcas nacionales desde 2003. Nunca se habían visto resultados tan mediocres en medio de un ciclo de auge de los hidrocarburos.
Otra área en la que hay que sacarle tarjeta roja al gobierno y a su comandante se relaciona con la salud, la educación y la seguridad social. La desnutrición infantil y las enfermedades asociadas con este indicador, se mantienen firmes como una roca. La Misión Barrio Adentro, que al comienzo deslumbró, hoy se encuentra desmantelada en un nivel cercano a 70%. El gobierno pretende convertir la educación en un inmenso aparato para la ideologización y fanatización de los niños y jóvenes. La Misión Róbinson, que hipotéticamente había erradicado el analfabetismo, está demostrando que, además de costosa, fue un relativo fracaso, pues más de un millón de venezolanos aún no saben leer ni escribir. El sistema de seguridad social, que debió haber entrado en vigencia hace 8 años, no se encuentra ni en estado larvario. El ataque al sistema “neoliberal” condujo a no contar con ningún sistema.
En el terreno de la infraestructura el rojo pasa a escarlata. El símbolo más elevado de la obra del gobierno socialista es "la trocha" —remiendo vial que sustituye el caído viaducto que unía a Caracas con los principales puerto y aeropuerto del país— y un tren que no beneficia a más de 20% de la población de los Valles del Tuy.
El ministro Ramírez, con ese gesto de arrogancia propio de los jerarcas de los regímenes autoritarios, asomó el hilo de todas las costuras rojas que tiene el comandante y su gobierno.

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