jueves, noviembre 30, 2006

Trino Márquez: LA HISTORIA NO SE ACABA

La cita electoral del 3 de diciembre representa una estación crucial de la historia del país. Se enfrentan dos enfoques distintos —e incluso opuestos— de concebir la política, la sociedad y el Estado. Desde luego, las elecciones se realizan para contar los votos. La aritmética es la operación matemática esencial. De la consulta saldrá un ganador y un perdedor, hablando en términos estrictamente pitagóricos. Sin embargo, para ninguno de los dos bandos en pugna la historia habrá concluido. Sólo se habrá iniciado un nuevo ciclo.
En el caso de que el Gobierno pierda tendrá como tarea recomponer sus bases sociales, evaluar el discurso y la proposición que le presentó al país y establecer cómo utilizará el inmenso poder con el que cuenta en las numerosas instituciones del Estado que controla. El oficialismo tendría que admitir que su proyecto es inviable y que el pueblo no acepta el socialismo ni el comunismo. Sin embargo, su fuerza acumulada le permitiría reestructurarse en un período relativamente breve y aparecer de nuevo como una alternativa para los sectores que en el pasado se sintieron atraídos por la oferta programática y el discurso del actual Presidente de la República.
Si ocurriese lo contrario, es decir, que fuese la oposición la que saliese numéricamente derrotada, el candidato perdedor tendría que asumir la responsabilidad de construcción y dirigir un amplio movimiento que reúna a la mayor parte de los partidos, grupos y sectores que participaron en la campaña electoral. Lo que ha conquistado la oposición y su líder —Manuel Rosales, el gobernador del Zulia— no es poca cosa. Su esfuerzo ha sido titánico y los resultados asombrosos. A mediados de 2006 una amplia franja de la oposición estaba desmovilizada, producto de su frustración y desconfianza en quienes aparecían públicamente como sus voceros y dirigentes. El fracaso en el revocatorio, la actitud errática de los líderes de aquella jornada y, luego, la incapacidad para aprovechar la enorme abstención del 4 de diciembre de 2005, sembraron el escepticismo entre la mayor parte de los ciudadanos que habían marchado, firmado y expresado de distintas formas su descontento con el Gobierno.
En muy pocos meses este estado de ánimo, en el que se combinaban la rabia con la resignación, se modificó. La misma gente que expresaba su desconfianza frente al proceso electoral o que creía que no era posible alterar el cuadro político nacional a través de las elecciones, salió a las calles a manifestar con entusiasmo y a prepararse para llegar a la convocatoria de diciembre en las mejores condiciones posibles. El abanderado opositor, que al comienzo aparecía como una comparsa dentro de un baile en la cual parecía ser un invitado de ocasión, se convirtió —gracias al apoyo de los ciudadanos de todas las clases sociales y a su propia reciedumbre— en una amenaza real para el candidato a la reelección.
En esos grupos sociales que salieron del marasmo y la desidia existe un enorme potencial para construir una fuerza organizada, que será necesaria, incluso en el caso de que la oposición saliese triunfadora en los comicios. Las democracias más estables son aquellas en las que existen partidos políticos sólidos, capaces de establecer alianzas y llegar a acuerdos permanentes con diferentes factores de poder dentro de una sociedad. La democracia venezolana requiere con urgencia que los viejos partidos políticos que surgen después de la muerte de Juan Vicente Gómez —cuando la nación sufre un vuelco radical— sean sustituidos por nuevas agrupaciones policlalistas que reúnan a personas con distintos intereses particulares, pero con un solo propósito común: asegurar la vigencia de la democracia, el desarrollo de la nación y la equidad social.
La reconstrucción del país necesita de partidos políticos y organizaciones de la sociedad civil que asuman, con un sentido de permanencia, las tareas que permitan superar los gigantescos problemas que el país confronta en todas las áreas. El restablecimiento de un clima de confianza y armonía, el desarrollo económico, la creación de empleos, la reducción de la pobreza, el combate a la delincuencia y el rescate de la seguridad ciudadana, tareas que el Gobierno —viejo o nuevo— deberá acometer, podrán cristalizar si existen acuerdos políticos que les den viabilidad.
La cristalización de esa fuerza por parte de la oposición permitirá preservar el triunfo, si se obtiene; e impedirá que la frustración se adueñe de nuevo de los ciudadanos, si es que es que se pierde. Además, numerosos desafíos deberá afrontar la oposición. Allí están los referendos revocatorios de gobernadores y alcaldes, y los referendos consultivos que el Gobierno tendrá que convocar para aprobar cualquier reforma o enmienda constitucional. Todos estos compromisos requerirán de una oposición tan firme como la que se expresó durante la campaña electoral. La historia no se detiene.

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