viernes, noviembre 10, 2006

Naky Soto: MI FRANELA ROJA*

El lunes pasado me puse una de las cinco o seis que tengo. Por padecer fobia crónica a los colores pasteles, o quizás por lo mucho que me estimularon con los juguetes de la Fisher Price, o simplemente porque me gustan los colores vivos y ya está; el rojo se haya entre mis selecciones consecuentes. Y no tengo claro por qué, tenia ya un buen rato sin usarlo, y el lunes me dio por ahí. Y sin buscarlo me topé con un experimento de esos que cualquier sociólogo promedio llamaría, de observación participativa. Salvo que el sujeto/objeto de estudio fui yo, en tanto que portadora de la prenda. Mucha gente en la calle, como cualquier lunes no bancario. Mucha gente por las zonas que suelo transitar, y esta bendita maña mía de mirar a los ojos, porque alguien me enseñó muy temprano que los ojos miran ojos, y que es ese el mejor saludo que puede prodigarse a extraños como a conocidos. Ojos que no me miraban a mí, ojos que automáticamente revisaban el cartel que anunciaba mi prenda, de un discreto plateado, dignísima combinación de una colección privada de Lila Morillo –el bombón de Venezuela–, en su descargo debo aclarar que el algodón es súper fresco, y el corte muy cómodo. Ojos de desprecio, asco u ojos de complicidad y camaradería. Sin puntos medios. Solo al leer el Seventies que anunciaba maracuchamente, los primeros cambiaban un poco, y se reconvertían en evaluadores, como tratando de atisbar qué de mí combinaría con esa selección. Los segundos me dejaron muy claro la propiedad que sienten sobre el color. Es que aún diciendo ¡Atrévete! –Que no le va nada mal, considerando que en psicología del color es entendido como pasión–, creo yo, lo ignorarían porque el rojo es suyo. No es esta una invitación a debatir sobre la propiedad que en materia de colores hemos hecho por razones políticas. No es tampoco un convite para la suma de voluntades que quieran recuperar el rojo como patrimonio sensual de todos los venezolanos. Es más bien una breve inducción a pensarnos en los colores de otros. ¿A cuántos hemos dejado de ver a los ojos por verle el color? ¿Cuánto dejamos de ver, cuando no vemos al otro? ¿Cuánto, cuando no me reconozco? ¿Cuánto si solo veo al creo es mi igual? Racismo, intolerancia por militancia o por orientación sexual, misoginia, xenofobia… ¿de cuántos colores se tiñen la suma de nuestros prejuicios?
* Tomado de http//zaperoqueando.blogspot.com

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