Gracias a un trabajo periodístico de Globovisión, tuvimos los ciudadanos que lo vimos el sábado pasado la oportunidad de ver un documento de nuestra historia contemporánea: la entrevista que hizo en 1998 —antes que el teniente coronel obtuviera su victoria— Raúl Peimber, el periodista que dirigía la parte latina de la cadena estadounidense PBS. Lo fascinante de este documento no fue tanto cómo —ya en aquel entonces— el que resultó ser luego nuestro supremo tergiversaba y mentía acerca de lo que había dicho en su campaña, como aquello de “freír las cabezas de los adecos”. Lo que más impresionó fue lo que dijo sobre sí mismo y la visión que lo iba a orientar en caso de resultar electo. Sostuvo que los intentos de golpe de 1992 no habían sido tales, sino resultados de su responsabilidad y la de sus “camaradas” de corregir los desvaríos de la Republica bajo el gobierno de Carlos Anfrés Pérez; que el juramento bajo el Samán de Güere fue algo así como un mandato divino-bolivariano; que él había dejado de ser militar y era ahora político; que él era un defensor firme y permanente de la más absoluta libertad de pensamiento y expresión; que su proyecto era una Venezuela pluralistamente democrática, con economía de mercado, promoción de capitales foráneos y nacionales y absoluta libertad sindical, así como orientada a la búsqueda de eterna amistad con Estados Unidos; y que todo lo que hacia —pintar, haber sido militar y hasta lanzador en béisbol— lo hacía “por amor”, aparte de muchas otras de aquellas “macrofantasias” narcicistas que mencioné hace algún tiempo.
¡Que juzgue el amigo lector en qué ha terminado, después de casi ocho años en el gobierno, esta imagen que dibujaba de si mismo! No es solamente que hasta el juramento como presidente, con la mano sobre “esta moribunda constitución”, fue —en términos estrictos— inconstitucional y por ello ilegal e ilegitimo. Es también que, en los primeros tiempos —del 2 de febrero de 1999 hasta la relegitimación en 2000— usó numerosos trucos de ésos que la gente seria llama “politiqueros” para imponer sus —hasta entonces casi inocentes— proyectos. Del célebre proyecto de cambio de la educación, que fracasó por la primera resistencia de muchos ciudadanos, en adelante se fue radicalizando, provocando la intensificación de la oposición, muchos de cuyos integrantes lo habían apoyado hasta poco antes. Lo que Chávez impulsó, con la asistencia especial de su “mentiroso mayor”, el “ejemplar periodista” José Vicente Rangel —¿cuándo lo fue? ni lo sabe él mismo, tal es su identificación de “denunciador de oficio” de antaño con la misma condición de hoy— fue un proyecto de odio, de polarización, de mentira, además de militarización y destrucción de casi todas las instituciones, con la única excepción de las universidades autónomas y algunas privadas.
Los resultados fueron las masivas protestas, el curioso “golpe” del 11 de abril de 2002, el paro general de finales de ese año, el recrudecimiento de la represión y el endurecimiento de las medidas políticas de desinstitucionalizacion totalitaria del Estado democrático.
Hubo una serie de simbolismos que acompañaron este proceso. El primero fue el “bolivarianismo”, una versión de la mezcla de conceptos que fue el pensamiento político de Simón Bolívar, quien nunca quiso desarrollar una teoría política o revolucionaria sino ensamblar sus ideas de acuerdo con las necesidades estructurales y coyunturales de las luchas por la independencia. Este simbolismo se extendió hacia ese otro que se llamaba “Revolución Bolivariana”. En la medida en que el supremo se abrazó de Fidel Castro, fue avanzando el ingrediente “socialista” del la “Revolución”, hasta llegar al simbolismo del “socialismo del siglo XXI”, que ni siquiera Heinz Dieterich, su asesor y confidente, estima posible. Los últimos simbolismos rayan en lo ridículo: la sustitución de la economía monetaria por la del trueque. ¿Hasta dónde y cuándo puede llegar la ilusión de una regresión societal?
Aparte del simbolismo militarista —hasta en la vestimenta del teniente coronel—, a la misma altura de los anteriores, hay simbolismo menores. Uno, por ejemplo, es el uso del color rojo, un simbolismo que se acentuó en la medida en que los que mandan se acercaron al ideal del “socialismo-comunismo”. Otro es el lenguaje. Un solo ejemplo: la “marea roja”. Sería interesante saber si el sabelotodo supremo y su asesor intelectual saben que el significado original de este fenómeno es una intoxicación del agua del mar que mata peces y otros seres vivos. ¿Habrá que aplicar este significado original del simbolismo a las mareas rojas del chavismo? ¿Es el simbolismo semántico “rojo-rojito” una expresión inconsciente del deseo del comandante de saber que todos sus enemigos están muertos o, por lo menos, silenciosos?
La contraposición de lo que Chávez dijo en aquella entrevista de 1998 y lo que hizo en estos casi ocho anos no podría ser más dramática. Juzgarla es tarea de todos nosotros, los ciudadanos. Este juicio es una obligación ética. ¡Ojalá que cada uno de nosotros, los 26 millones de venezolanos, sepa cumplir con la ética democrática!
heinzsonntag@hotmail.com
¡Que juzgue el amigo lector en qué ha terminado, después de casi ocho años en el gobierno, esta imagen que dibujaba de si mismo! No es solamente que hasta el juramento como presidente, con la mano sobre “esta moribunda constitución”, fue —en términos estrictos— inconstitucional y por ello ilegal e ilegitimo. Es también que, en los primeros tiempos —del 2 de febrero de 1999 hasta la relegitimación en 2000— usó numerosos trucos de ésos que la gente seria llama “politiqueros” para imponer sus —hasta entonces casi inocentes— proyectos. Del célebre proyecto de cambio de la educación, que fracasó por la primera resistencia de muchos ciudadanos, en adelante se fue radicalizando, provocando la intensificación de la oposición, muchos de cuyos integrantes lo habían apoyado hasta poco antes. Lo que Chávez impulsó, con la asistencia especial de su “mentiroso mayor”, el “ejemplar periodista” José Vicente Rangel —¿cuándo lo fue? ni lo sabe él mismo, tal es su identificación de “denunciador de oficio” de antaño con la misma condición de hoy— fue un proyecto de odio, de polarización, de mentira, además de militarización y destrucción de casi todas las instituciones, con la única excepción de las universidades autónomas y algunas privadas.
Los resultados fueron las masivas protestas, el curioso “golpe” del 11 de abril de 2002, el paro general de finales de ese año, el recrudecimiento de la represión y el endurecimiento de las medidas políticas de desinstitucionalizacion totalitaria del Estado democrático.
Hubo una serie de simbolismos que acompañaron este proceso. El primero fue el “bolivarianismo”, una versión de la mezcla de conceptos que fue el pensamiento político de Simón Bolívar, quien nunca quiso desarrollar una teoría política o revolucionaria sino ensamblar sus ideas de acuerdo con las necesidades estructurales y coyunturales de las luchas por la independencia. Este simbolismo se extendió hacia ese otro que se llamaba “Revolución Bolivariana”. En la medida en que el supremo se abrazó de Fidel Castro, fue avanzando el ingrediente “socialista” del la “Revolución”, hasta llegar al simbolismo del “socialismo del siglo XXI”, que ni siquiera Heinz Dieterich, su asesor y confidente, estima posible. Los últimos simbolismos rayan en lo ridículo: la sustitución de la economía monetaria por la del trueque. ¿Hasta dónde y cuándo puede llegar la ilusión de una regresión societal?
Aparte del simbolismo militarista —hasta en la vestimenta del teniente coronel—, a la misma altura de los anteriores, hay simbolismo menores. Uno, por ejemplo, es el uso del color rojo, un simbolismo que se acentuó en la medida en que los que mandan se acercaron al ideal del “socialismo-comunismo”. Otro es el lenguaje. Un solo ejemplo: la “marea roja”. Sería interesante saber si el sabelotodo supremo y su asesor intelectual saben que el significado original de este fenómeno es una intoxicación del agua del mar que mata peces y otros seres vivos. ¿Habrá que aplicar este significado original del simbolismo a las mareas rojas del chavismo? ¿Es el simbolismo semántico “rojo-rojito” una expresión inconsciente del deseo del comandante de saber que todos sus enemigos están muertos o, por lo menos, silenciosos?
La contraposición de lo que Chávez dijo en aquella entrevista de 1998 y lo que hizo en estos casi ocho anos no podría ser más dramática. Juzgarla es tarea de todos nosotros, los ciudadanos. Este juicio es una obligación ética. ¡Ojalá que cada uno de nosotros, los 26 millones de venezolanos, sepa cumplir con la ética democrática!
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