Ramón de Campoamor
—Veo, veo.
—¿Qué ves?
—Una cosa.
—¿Qué cosa?
—Maravillosa.
—¿De qué color es?
Juego infantil
Esta época tan colorida que nos ha tocado en suerte me llevó a recordar ciertas lecturas sobre el color y su simbología. Así que, diccionarios de símbolos en mano, y de la mano de Jung —es un decir— y otros, hice un recorrido por algunas de las connotaciones colorísticas (vocablo de horrible fonía, pero muy al uso, acuñado por el postmodernismo, tan propenso él a los neologismos).
Lo que sí es menos novedoso es comparar la evolución de las naciones a las edades del ser humano. Mucho se ha dicho sobre la infancia de los pueblos y sobre las subsiguientes etapas de su crecimiento. Así, pues, que la primera asociación que hice fue equiparar el color de moda a uno de los cuentos infantiles más populares: Caperucita Roja.
Si rojo es el color de la sangre, no es una verdad de Perogrullo que Bruno Bettelheim, en su Psicoanálisis de los cuentos de hadas, haya establecido una relación entre el color de la vestimenta de la niña y su etapa de crecimiento: “Rojo es el color que simboliza las emociones violentas, sobre todo las de tipo sexual. Las ropas rojas que la abuela regala a Caperucita se pueden considerar, entonces, como símbolo de una transferencia prematura de atractivo sexual.” La palabra clave es, lógicamente, prematura. “Las muchacha se da cuenta de que no está madura en absoluto para enfrentarse al lobo (seductor)”, que quiere “devorarla”, es decir, acostarse con ella. Bastante más adelante de su lúcido trabajo Bettelheim concluye: “Caperucita Roja habla de pasiones humanas, de voracidad oral y de deseos agresivos y sexuales en la pubertad”. De lo cual infiero, no demasiado subjetivamente, que al estar rojos-rojitos como pueblo, estamos en la pubertad y no en la madurez, etapa en la cual o no se cree en el lobo feroz o ya no se le teme.
Incentivada por la interpretación de Bettelheim, y con el deseo acucioso de saber qué otras cosas interesantes esconde el color rojo, me fui a la Interpretación de los sueños, del psicólogo junguiano Pierre Daco, quien dice del rojo: “Color ardiente por excelencia, es brutal, gritón, dinámico, enervante... Es un color de guerra que se impone sin dificultad... Los niños y los primitivos adoran el rojo... En los sueños evoca el fuego y la energía, simboliza la vitalidad de las energías y de las pasiones —a veces devorantes. Es el color de la combatividad, de la extroversión. El rojo púrpura es imperial, pero también, por inversión, es el símbolo de la violencia, del odio, del asesinato y de la matanza. En la heráldica (gules) es el amor, el coraje, la cólera, también la crueldad. Igualmente la destrucción y el juicio final (destrucción por el fuego). En música podría estar asociado a la trompeta”.
Siguiendo el camino de las asociaciones y de la memoria de cosas leídas, me acordé, casi al margen, de que los griegos llamaban a los fenicios phoinikes, pueblo rojo, (de allí derivado en fenicios), a causa de la preciosa tela roja que exportaban, pero el incendio rojo-rojito de Cartago por los romanos en el 146 a. C. me dio como un escalofrío y volví a la simbología, en la que se puede, al contrario de lo que pasa con la Historia, creer o no.
Juan Eduardo Cirlot, en su Diccionario de símbolos, dice: “El simbolismo del color suele proceder de uno de sus fundamentos: la expresión inherente a cada matiz, que se percibe intuitivamente como un hecho dado; la relación entre un color y el símbolo planetario a que la tradición lo adscribe; finalmente, el parentesco que, en lógica elemental y primitiva, se advierte entre un color y el elemento de la naturaleza, reino, cuerpo o sustancia, que acostumbra presentarlo, o que lo presenta siempre en asociación indestructible y capaz por lo tanto de sugestionar para siempre el pensamiento humano... Para terminar estas consideraciones sobre el significado psíquico de los colores, señalaremos algo sobre las correspondencias alquímicas. Las tres fases principales de la “grande obra” (símbolo de la evolución espiritual) eran materia prima (color negro), mercurio (blanco), y azufre (rojo)”.
Y fue exactamente allí donde se me pelaron los cables: porque si, además de todo lo ya expuesto con relación al color rojo, también resulta que está asociado al azufre, y si el azufre está asociado al diablo, y el diablo al infierno, no pude o no quise responderme qué significa ser rojo-rojito. Me resultaba más cómodo, por foráneo, creer que el azufre sólo se olía en algunos momentos en la ONU. ¡Ay, cómo es cierto que “el que añade ciencia añade dolor”.
Lo que sí es menos novedoso es comparar la evolución de las naciones a las edades del ser humano. Mucho se ha dicho sobre la infancia de los pueblos y sobre las subsiguientes etapas de su crecimiento. Así, pues, que la primera asociación que hice fue equiparar el color de moda a uno de los cuentos infantiles más populares: Caperucita Roja.
Si rojo es el color de la sangre, no es una verdad de Perogrullo que Bruno Bettelheim, en su Psicoanálisis de los cuentos de hadas, haya establecido una relación entre el color de la vestimenta de la niña y su etapa de crecimiento: “Rojo es el color que simboliza las emociones violentas, sobre todo las de tipo sexual. Las ropas rojas que la abuela regala a Caperucita se pueden considerar, entonces, como símbolo de una transferencia prematura de atractivo sexual.” La palabra clave es, lógicamente, prematura. “Las muchacha se da cuenta de que no está madura en absoluto para enfrentarse al lobo (seductor)”, que quiere “devorarla”, es decir, acostarse con ella. Bastante más adelante de su lúcido trabajo Bettelheim concluye: “Caperucita Roja habla de pasiones humanas, de voracidad oral y de deseos agresivos y sexuales en la pubertad”. De lo cual infiero, no demasiado subjetivamente, que al estar rojos-rojitos como pueblo, estamos en la pubertad y no en la madurez, etapa en la cual o no se cree en el lobo feroz o ya no se le teme.
Incentivada por la interpretación de Bettelheim, y con el deseo acucioso de saber qué otras cosas interesantes esconde el color rojo, me fui a la Interpretación de los sueños, del psicólogo junguiano Pierre Daco, quien dice del rojo: “Color ardiente por excelencia, es brutal, gritón, dinámico, enervante... Es un color de guerra que se impone sin dificultad... Los niños y los primitivos adoran el rojo... En los sueños evoca el fuego y la energía, simboliza la vitalidad de las energías y de las pasiones —a veces devorantes. Es el color de la combatividad, de la extroversión. El rojo púrpura es imperial, pero también, por inversión, es el símbolo de la violencia, del odio, del asesinato y de la matanza. En la heráldica (gules) es el amor, el coraje, la cólera, también la crueldad. Igualmente la destrucción y el juicio final (destrucción por el fuego). En música podría estar asociado a la trompeta”.
Siguiendo el camino de las asociaciones y de la memoria de cosas leídas, me acordé, casi al margen, de que los griegos llamaban a los fenicios phoinikes, pueblo rojo, (de allí derivado en fenicios), a causa de la preciosa tela roja que exportaban, pero el incendio rojo-rojito de Cartago por los romanos en el 146 a. C. me dio como un escalofrío y volví a la simbología, en la que se puede, al contrario de lo que pasa con la Historia, creer o no.
Juan Eduardo Cirlot, en su Diccionario de símbolos, dice: “El simbolismo del color suele proceder de uno de sus fundamentos: la expresión inherente a cada matiz, que se percibe intuitivamente como un hecho dado; la relación entre un color y el símbolo planetario a que la tradición lo adscribe; finalmente, el parentesco que, en lógica elemental y primitiva, se advierte entre un color y el elemento de la naturaleza, reino, cuerpo o sustancia, que acostumbra presentarlo, o que lo presenta siempre en asociación indestructible y capaz por lo tanto de sugestionar para siempre el pensamiento humano... Para terminar estas consideraciones sobre el significado psíquico de los colores, señalaremos algo sobre las correspondencias alquímicas. Las tres fases principales de la “grande obra” (símbolo de la evolución espiritual) eran materia prima (color negro), mercurio (blanco), y azufre (rojo)”.
Y fue exactamente allí donde se me pelaron los cables: porque si, además de todo lo ya expuesto con relación al color rojo, también resulta que está asociado al azufre, y si el azufre está asociado al diablo, y el diablo al infierno, no pude o no quise responderme qué significa ser rojo-rojito. Me resultaba más cómodo, por foráneo, creer que el azufre sólo se olía en algunos momentos en la ONU. ¡Ay, cómo es cierto que “el que añade ciencia añade dolor”.
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