lunes, noviembre 13, 2006

Cine: REIR PARA NO LLORAR

Mi vida por Sharon o ¿qué te pasa a ti? no parece una película de Carlos Azpurua. Pero lo es. Y aunque a primera vista no es fácil identificar esta comedia con su realizador, al tiempo surgen los vínculos entre una situación real —digámoslo así— y su recreación como ficción en la cual se reconocen algunos aspectos de esa realidad. El resultado es una comedia divertida, ingeniosa y casi típica sobre algunas circunstancias de la clase media venezolana.
Autor de un amplia trayectoria documentalista —Yo hablo a Caracas, Amazonas, el negocio de este mundo, Caño Mánamo, entre otras— y de dos largos de ficción de profunda carga política y social —Disparen a matar y Amaneció de golpe—, Azpurua asume un género que no había trabajado con la seguridad que le brinda el ejercicio guionístico de Mónica Montañés y la reconstrucción de una experiencia personal.
Carlitos es un cuarentón que divide su vida entre su ex esposa, su actual amante y su dependencia emocional de otra figura femenina a la cual ha bautizado Sharon: su Grand Cherokee 4 x 4. Representa la síntesis interpretativa de ciertos valores de la clase media venezolana, aunque por momentos tales valores sean caricaturizados. Un parlanchín angustiado y oportunista, repleto de ideas preconcebidas y convencionales, que se encuentra ante el dilema de escoger entre su esposa de siempre —madre de sus hijos, aún guapa, que lo ha abandonado por otro hombre más responsable y amable pero que aún le coquetea— y su nueva amante —joven, sentimental, ingenua y muy atractiva, que espera un hijo suyo— en una etapa crucial de su vida. Pero un día, mientras se escapa de su esposa para buscara su amante, una banda de criminales lo secuestra y se lleva lo más valioso para él: su flamante camioneta roja. Carlitos, por esta vía, está a punto de quedarse sin esposa, sin amante y sin Sharon. El fin del mundo.
Los conflictos de la historia se desplazan desde lo afectivo —¿a quién ama de verdad, si es que ama a alguien distinto a su camioneta?— hasta el plano oportunista —¿con quién le conviene quedarse?— desarrollando leves pasantías en lo social —sus secuestradores pertenecen a las capas depauperadas de la sociedad, el pueblo que llaman— y lo político —la polarización que el chavismo ha generado en la sociedad venezolana— para conformar un cuadro humano variado, insatisfecho, conflictivo. El final de la narración —un acto de destrucción que se supone de transformación— sintetiza el problema medular de la personalidad de Carlitos y del desarrollo de la trama.
El redondo guión de Montañés encuentra vías de expresión gracias no sólo a la dirección de Azpurua —conocedor del tema y con el oficio a cuestas— sino también al trabajo interpretativo de Carlos Mata, quien impone al personaje de Carlitos un tono de comprensión que le confiere verismo. El oportunismo y la estupidez emocional se conjugan con la inteligencia potenciada en una situación de crisis y la capacidad de convencimiento que puede desplegar un ser humano al borde de sí mismo. A su lado, se esparcen las actuaciones variopintas y efectivas de Mimí Lazo, Anabel Rivero, Marian Valero, Javier Paredes, Dimas González, Vicente Tepedino, Carlos Villamizar, Elisa Escamez, Yugui Lopéz, José Luis Useche, Gonzalo Cubero, Carmen Arencibia, Luigi Sciamanna, Juan Manuel Montesinos y Yanis Chimaras, entre otros, en un elenco coral donde cada intérprete posee un valor y un rol a jugar.
Azpurua logró salir airoso de los retos que representa una comedia como Mi vida por Sharon o ¿qué te pasa a ti?, tan distinta —como género e intención— al cine que ha desarrollado desde finales de los años setenta. Con todo, hay en el relato y en su ejecución el tono visual de sus filmes anteriores donde el universo de lo popular se revela a través de la fotografía, el montaje y el sonido de un estilo de expresión. Una nueva etapa en la trayectoria de su realizador.

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