El hombre mira a su audiencia con un dominio completo de sus alcances y limitaciones. Impecable en su carísimo traje e implacable en su vocación autoritaria, Hugo Chávez controla a su público —el país entero— como controla los mecanismos de mando en Venezuela. "Yo, el supremo", como diría Roa Bastos, es el más completo caudillo de la historia contemporánea nacional. Se mueve entre el delirio del poder personal y la hegemonía del poder político, económico e ideológico. Con una mirada delirante brama por una ley habilitante que le permita gobernar por decreto, sin necesidad de reformar la constitución, como manera de reafirmar que el Estado y la Revolución están encarnadas en él... y en nadie más. Y por la vía de esa habilitante intenta imponer la "nueva hegemonía" frente al dominio burgués que Gramsci proponía a través del control de la familia, la escuela y los medios de comunicación. ¿Les suena familiar?
Este bonapartismo tropical no tiene muro de contención. Domina todos los poderes públicos y ejecuta su agresividad contra el sector privado de una forma sistemática y, si se quiere, tradicional. Es poco original, la verdad. Este "socialismo del siglo XXI" —que nadie sabe explicar su innovación— parece inspirarse en las ideas transformadoras del génesis marxista del siglo XIX pero, sobre todo, representa casi al calco el oprobio del sovietismo del siglo XX.
La pregunta es quién o qué lo detiene en sus propósitos rápidamente radicalizados. Ante el delirio desencadenado y la hegemonía en ciernes sólo queda tomar conciencia de la necesidad del activismo político para la creación de un proyecto que marque la alternativa democrática, un liderazgo que conduzca hasta las metas estratégicas y una forma de organización que aglutine, movilice y torne efectiva la acción de los ciudadanos. Se rompió el paradigma de la lucha tradicional y electoral. Es el momento de la imaginación.
Este bonapartismo tropical no tiene muro de contención. Domina todos los poderes públicos y ejecuta su agresividad contra el sector privado de una forma sistemática y, si se quiere, tradicional. Es poco original, la verdad. Este "socialismo del siglo XXI" —que nadie sabe explicar su innovación— parece inspirarse en las ideas transformadoras del génesis marxista del siglo XIX pero, sobre todo, representa casi al calco el oprobio del sovietismo del siglo XX.
La pregunta es quién o qué lo detiene en sus propósitos rápidamente radicalizados. Ante el delirio desencadenado y la hegemonía en ciernes sólo queda tomar conciencia de la necesidad del activismo político para la creación de un proyecto que marque la alternativa democrática, un liderazgo que conduzca hasta las metas estratégicas y una forma de organización que aglutine, movilice y torne efectiva la acción de los ciudadanos. Se rompió el paradigma de la lucha tradicional y electoral. Es el momento de la imaginación.
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