Si usted quiere saber lo que es un arma de doble filo porque nunca ha visto una, allí tiene ese prodigio tecnológico que se llama Internet. Los jóvenes lo manejan con destreza singular, los viejos fuimos entrando por el aro al descubrir de qué manera se nos simplificaba el oficio de escribir y de comunicarnos con familiares y amigos, además de poder hacer nuevas relaciones y enterarnos de un montón de cosas. Para los jubilados y en general para todos, es una bendición pero también puede ser una maldición.
No se trata sólo de las cadenas ni de los mensajes que llegan reciclados cada dos o tres años y que plantean una y otra vez los mismos secuestros de niños, enfermedades mortales, medicinas y alimentos que producen cáncer, asaltos que le ocurrieron a mi prima o mi hermano, etcétera. Eso debe ocurrirles por igual a todos los usuarios del mundo globalizado sin diferencias de cultura, clase o entorno socioeconómico. De lo que queremos hablar es de algo que podríamos denominar terrorismo psicoinformático y que tiene factura venezolana.
Las cosas funcionan así: existe un país donde gobierna un solo hombre que habla, habla, grita, gesticula, amenaza, se burla, insulta, arremete, habla, habla y sigue hablando, amenazando, burlándose, gesticulando y arremetiendo. Evidentemente la gente se asusta y él goza un mundo porque eso es no solo parte fundamental de su proyecto político, sino motivo de gran placer. Cada vez que regaña ante millones de televidentes a alguno de sus vasallos, el humillado siente retortijones en sus tripas y el Vitalicio se retuerce de la risa. Además se asocia con la escoria del mundo civilizado, es decir con los gobernantes al margen de toda civilización y con los más obsoletos tiranos. Y eso también asusta, porque tememos terminar como Corea del Norte, Irán o Cuba.
El miedo puede provocar las más insospechadas reacciones de valentía aunque también de parálisis. Pero cuando uno tiene una computadora al alcance de la mano y conectada a Internet, existe el impulso aparentemente irrefrenable de compartir ese miedo con los demás, de diseminarlo. Es como un sadomasoquismo cibernético. No puedo enumerar la cantidad de veces que he recibido el correo que informa sobre la pérdida de la patria potestad de los hijos y el pase de ésta al Estado, para transformarlos en robots al servicio de la revolución chavista. Más de quinientas veces me han informado sobre un supuesto artículo de una supuesta Ley de Inmuebles, mediante el cual toda persona propietaria de una vivienda con habitaciones sobrantes, debe compartirla con quienes no tienen techo. Imposible recordar todos los que advierten que brigadas de milicianos de la Cuba fidelista están visitando las casas y apartamentos del Este de Caracas, con el pretexto de cambiar los bombillos por unos de luz blanca. El verdadero propósito —se sobreentiende— es hacer una evaluación de las viviendas para luego aplicarnos la presunta Ley de Inmuebles.
Uno trata de bajar la presión aclarándoles a los familiares y amigos que las cosas no son así, que se trata de inventos producto de alguna histeria colectiva; pero es inútil: los mensajes aterrantes vuelven una y otra vez con una regularidad que pareciera programada por alguna mente diabólica.
Sería injusto culpar a los difusores de esos mensajes porque después de lo que estamos viéndole y oyéndole al Vitalicio, nada puede parecer descabellado. La pregunta es qué ganamos con saber de antemano de qué mal nos vamos a morir. Otra cosa es si hiciéramos algo para impedir que ocurran no solo esos hechos aún inciertos sino los que están avisados y parecen irreversibles.
Entre los correos que llegan repetidamente están los artículos, opiniones y comentarios que vuelven picadillo a Manuel Rosales, a Teodoro Petkoff y un poco menos a Julio Borges y los otros dirigentes que hicieron el pacto unitario para las elecciones del 3 de diciembre de 2006. Algunos hablan de la Resistencia, así con mayúscula, una palabra muy emocionante si no fuera porque aquí carece de contenido. La suelen utilizar algunos políticos bastante desgastados cuyo propósito indeclinable de resistir se manifiesta desde sus oficinas con aire acondicionado y ante las cámaras de televisión. Y la repiten como loros aquellos que siguen creyendo al chavismo se lo puede enfrentar con palabrerío hueco y consignas.
El mayor problema de quienes estamos asustados, deprimidos, angustiados o todas esas cosas juntas, es la sensación de abandono, de haber quedado a la deriva en medio de un naufragio y sin salvavidas. Me molesta que se carguen las baterías contra Manuel Rosales y otros que dieron la cara el 3 de diciembre, pero comienza a molestarme —y mucho— que el compromiso de liderar a la oposición asumida especialmente por Rosales, también se pretenda ejercerlo desde unas oficinas con aire acondicionado, en la lejana Maracaibo y ante las cámaras de televisión. Quienes seguimos creyendo en la necesidad de organizar un gran bloque unitario de oposición para impedir que Chávez le pase la aplanadora a todas nuestras libertades y derechos y los deje reducidos a estampillas, tenemos derecho a exigir un mayor compromiso de esos dirigentes con la democracia venezolana. Me niego a aceptar como única salida el chiste de un amigo que tiene el plan A de aguante y el plan R de resignación.
martes, febrero 06, 2007
Paulina Gamus: DEL PLAN A AL PLAN R
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