jueves, diciembre 07, 2006

Silvia Dioverti: La evolución de las pueblas


Si hasta hace muy pocoy tal como reza el dicho popular venezolano “chequera mata galán”, a juzgar por las últimas manifestaciones de un sector numéricamente importante del colectivo femenino, podríamos estar en los albores de una contrapartida del conocido refrán: hidalguía mata chequera.
Como muchas y muchos recordarán, la aparición en esa madrugada del 4 de febrero de 1992 del entonces esbelto y parco comandante alborotó a más de una. Los comentarios sotto vocesotto voce de un sector numéricamente importante de la población femenina estaban teñidos de suspiros que indicaban, bastante explícitamente, que amén de las neuronas también las hormonas habían sido convocadas. Y no era para menos.
La mujer venezolana ha sido, tradicionalmente, una luchadora solitaria. Sola ha levantado, en muchísimos casos, a su familia. Ha sido madre, padre, sustento único, ha tenido que premiar y castigar con las mismas manos que ha acariciado, sostenido, impulsado. Y, aunque no lo reconociera, en su fuero íntimo quería a alguien que asumiera responsabilidades junto a ella. Entonces apareció él. Demacrado y solo en la madrugada, pero asumiendo sus actos. De allí fue a la cárcel y su imagen conmovía, casi edípicamente, al ma(e)terno corazón femenino. Miles de cartas se escribieron en esa época en que el terror venía del otro lado y que, una vez escritas, eran destruidas o amorosamente guardadas, en ese entonces “por ahora” y en y no tan
espera de un tiempo en que las cosas ya no se dijeran en voz baja o tuvieran que callarse.
La nueva visiónpor llamarla de alguna manera hizo a la mujer reivindicar el género. Dejaron de ser odontólogos o ingenieros y fueron ingenieras u odontólogas, pero siempre echadas pa’lante, siempre cumpliendo, además de las tareas “propias del hogar”, las de profesionales y trabajadoras junto a un compromiso político, cuyo color no es relevante en este caso. Cansadas de ser “el macho de la casa”, muchas apostaron por ese Rambo encarnado que venía a poner un punto de equilibrio. Pero el príncipe azul cambió de color, dejó de ser esbelto y parco y, a pesar de la reivindicación del género, la gran mayoría femenina siguió siendo ese otro país escasamente tenido en cuenta. No importa cuántas voces femeninas gritaran en la Asamblea Nacional, cuántas concejalas y alcaldesas, constituyentas y estudiantas hubiera por ahí. La mujer venezolana seguía levantando, en muchos casos, sola su familia. La igualdad de géneros había reformado el lenguaje, pero no la realidad. Basta para ello señalar con qué perfecta invisibilidad la acompañante del electo presidente Ortega a su arribo a Maiquetía el 5 de diciembre del presente año, parecía, al lado de la representación masculina —no hubo una sola mujer en la comitiva de recepción venezolana—, un adorno silente y opaco.
Y mientras eso pasaba en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, otro hombre daba la cara en una rueda de prensa, asumía responsabilidades, llamaba a una contienda, no entre enemigos de sangre sino entre adversarios de ideas. Ya habíamos visto, no sin regocijado asombro, cómo, en el cierre de campaña de Maracaibo, el hombre hablaba moviendo sólo una mano. Por fuerza. La otra estaba agarrada, chupeteada, mordida, entre dos muy pequeñas: las de su hija. “Ahora se la va a sacudir”, pensamos, ahora mismo le pide a la esposa que aparte a la niña. No. El hombre siguió su discurso, una mano al aire, la otra comprometida en el afecto. Y si todo lo anterior no había sido suficiente eso bastó. Quizás, pensamos, haya una manera de conciliar corazón y cerebro, eso que hemos hecho, desde hace siglos, las mujeres. Quizás en un futuro no necesitemos Rambos ni chequeras ni titanes y asumamos la inmensidad que somos: ni más, ni menos, tampoco iguales.
No es para que seamos como los hombres que la sabia economía de la Naturaleza tuvo necesidad de crear el género. Y eso no quiere decir que no seamos igualmente capaces. Qué lejos parecen, y, sin embargo, cuán próximos, los tiempos en los que la mujer era, en la misma categoría de cualquier objeto, botín del conquistador. Aún hoy, y todavía en muchos lugares, a derecha y a izquierda, y por mucho que nos pese, la mujer sigue siendo buena para ser violada pero no para ser escuchada. Las mujeres queremos, aunque muchas no lo reconozcamos, no digo rosas, rosales enteros para aromar nuestra tierra. Quizás así la evolución de las pueblas pase por no desatender esa parte que nosotras mismas hemos contribuido a atrofiar.

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