ENTRE LAS ALCOBAS Y EL PODER
Desde su primeriza A propósito de Simón Bolívar (1976), Diego Rísquez ha desarrollado una filmografía muy personal que se ha nutrido de los valores de la plástica y de la historiografía venezolana y caribeña en una llamativa mezcla de elementos. Una propuesta fundamentada más en la representación visual que en la narrativa cinematográfica, en su sentido más tradicional. Entre sus nueve filmes realizados hasta 2000, esta característica adquirió mayor dimensión en la trilogía conformada por Bolívar, sinfonía tropikal (1979), Orinoko, nuevo mundo (1984) y América, terra incógnita (1988), en un extraño retorno al cine silente -más bien hay que decir cine sin diálogos- que impulsa una visión múltiple de nuestra conformación como país y continente. Películas construidas como estampas de la historia y no como continuidad dramática convencional. Un estilo que ha generado polémica y admiración, simultáneamente, que define el sello autoral de uno de los creadores más originales de Venezuela.
Perdóneme usted el párrafo anterior -más adecuado para investigadores del cine latinoamericano que para espectadores o lectores de un blog- pero considero necesario volver al Rísquez "original" para apreciar mejor su más reciente obra, Francisco de Miranda, que acaba de estrenarse en Caracas. Sobre todo porque toma distancia de su anterior Manuela Saenz (2000), sin duda su película más exitosa en la taquilla pero también la más convencional en el plano creador, y de la fallida Karibe Kon Tempo (1994), su primer intento de hacer un cine con diálogos.
En Francisco de Miranda Rísquez aborda la apasionante figura de aquel primer caraqueño universal que reunió ciertos elementos rocambolescos: hijo de un rico comerciante canario que a finales del siglo dieciocho desafió la hegemonía de los criollos mantuanos y logró convertirse en un exitoso oficial del ejército español; visionario que derivó en precursor de la idea de una América libre de la Corona; luchador que participó en las revoluciones de Norteamérica y Francia antes de traer e izar la bandera de Venezuela; galante caballero que sedujo a las mujeres más deseadas de Madrid, Nueva York, Londres, París y Moscú; generalísimo que condujo los destinos políticos y militares de la perdida primera república venezolana; y el hombre incomprendido que fue entregado a las autoridades coloniales por el aún joven e inexperto Simón Bolívar, para morir años después -demente- en la cárcel de La Carraca, cerca de Cádiz. ¡Vaya personaje! Fascinante, legendario, romántico, sensual, libertario. ¿Qué más puede pedir una película venezolana para homenajear al precursor de nuestra independencia y exaltar los valores de la nacionalidad? Una verdadera tentación.
Lo primero que debo decir de Francisco de Miranda es que evidencia un intento de gran producción histórica, que recrea no sólo esa época sino los escenarios americanos y europeos donde se desempeñó el Precursor. Pero lo segundo que me animo a añadir es que resulta un producto sorprendentemente irregular, con momentos de gran belleza y fuerza expresiva que conviven con escenas que se sumergen en el lugar común narrativo. Un film que logra emocionar al público con el descubrimiento de un héroe incomprendido pero también lo aburre con situaciones dramáticas demasiado típicas y hasta tópicas. Un personaje que contó con la vigorosa capacidad actoral de Luís Fernández como Miranda o la serena expresión de Beatriz Valdés como Catalina de Rusia, al lado de las interpretaciones limitadas -por no decir mediocres- de otros veteranos actores y actrices de nuestro patio. Una producción que contó con la excelente fotografía de Cesary Jaworsky y la sugestiva música de Gustavo Marturet en coexistencia con resoluciones dramáticas lineales y previsibles.
El guión de Leonardo Padrón pretendió desacralizar al personaje histórico para mostrar su lado humano, voluptuoso, apasionado. Lo cual consiguió, sin duda, pero lo limitó a la dimensión de una suerte de playboy de la época, obsesionado con sus aventuras de alcobas y con los juegos de los centros de poder. Este Miranda es un personaje sin contradicciones personales ni conflictos internos. Sus únicos contratiempos son los que le ofrecen sus contendores. Es evidente que un personaje como éste tiene que haber padecido sus propias dudas. Su cambio fundamental se manifiesta al principio del film, tras la humillación de su padre. Luego no evoluciona. Sólo al final se produce una transformación con su trágico destino. La trama se construye como la articulación de distintos momentos del diario personal del Precursor, desde su iniciación sexual en la adolescencia hasta su ocaso definitivo en la prisión gaditana. Pero la visión interna, necesariamente compleja, de ese hombre no se halla desarrollada. Aún más: su capacidad de seducción es apenas un "requisito" del personaje y no permite conocer las razones íntimas de Miranda en su relación con las mujeres. Por ejemplo, nunca sabemos lo que opina sobre Sarah Andrews, su ama de casa y madre de sus hijos, ni sobre Catalina de Rusia ni sobre sus romances en Norteamérica o en París. Son sólo situaciones dadas, sin mayor incidencia en su carácter. ¿Tal vez porque la verdadera relación afectiva de Miranda fue con la libertad? Puede ser, pero esto tampoco se confirma en la trama.
La mayor virtud del film reside en el trabajo de Rísquez en el rico diseño de producción y la imaginativa puesta en escena que no sólo logra sortear los obstáculos de reconstrucción que un film de época como éste supone, sino que regresa a sus valores plásticos originales, al "primer" Rísquez, audaz y sorprendente. En Francisco de Miranda retoma su propuesta, con mayor madurez y un criterio más complejo.
FRANCISCO DE MIRANDA, Venezuela, 2006. Director: Diego Rísquez. Guión: Leonardo Padrón. Producción: Pedro Mezquita y Liz Mago. Fotografía: Cesary Jaworsky. Montaje: Alberto García. Sonido: Stefano Gramito. Música: Eduardo Marturet. Director de Arte: Fabiola Hernández. Elenco: Luis Fernández, Leandro Arvelo, Mimí Lazo, Jean Carlos Simancas, Diane de Sousa, Flavia Gleske, Ruddy Rodríguez, Athina Kliumi, Marlene de Andrade, Beatriz Valdés, Anabella Troconis, Miguel Ferrari; Luigi Sciamana, Tuky Jenckel y Luke Grande, entre otros. Distribución: Cinematografica Blancica.
1 comentario:
Pienso que la crítica cinematográfica que suele hacer la prensa especializada en nuestro país es bastante ruda cuando aborda a una película del cine venezolano.
La cartelera local está programada en un altisimo porcentaje con pésimas, burdas y horribles películas comerciales, en su mayoría, provenientes de Estados Unidos. Son productos realmente malos.
Lo que ocurre es que las personas que amamos el buen cine no perdemos el tiempo con las malas películas que abundan en los cines citadinos. La cartelera local es un horror.
La película de Diego Risquez, en ese contexto, es una obra digna que todos los venezolanos debemos ver. Ciertamente es una obra que tiene muchas imperfecciones narrativas que tendrá pocas oportunidades de obtener premios en los festivales internacionales de cine. Esa es mi impresión.
Aunque ello no signica que debemos descalificar la película Miranda y destruirla sin sopesar la triste realidad de los productos cinematográficos que normalmente se ven en el país.
Miranda es una obra muy digna al compararla con las películas comerciales que dominan la escena.
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