
Venezuela es una enorme empresa cuya mayoría de acciones es propiedad de un solo hombre. ¿Les parece una exageración? Todas las expresiones del Estado se encuentran bajo su yugo. A través de ellas Hugo Chávez ejerce la propiedad del Ejecutivo, del parlamento, del Poder Judicial, del Consejo Nacional Electoral, de las gobernaciones y las alcaldías, de la recaudación de impuestos, de una de las mayores empresas petroleras del mundo, de la mayor red de emisoras radiales del país y de varias televisoras y ahora de una poderosa firma de telecomunicaciones. También es propietario de la electricidad de toda la nación. Amenaza con ser el propietario de la distribución de alimentos. Viaja en un modernísimo avión y usa trajes de 5 mil dólares mientras se llena la boca al hablar de los niños de la calle. En sus manos se encuentra la mayor concentración de riqueza. Es más rico que Gustavo Cisneros, por ejemplo. Algunos dicen que Chávez es hasta propietario de la oposición. No sé. Hasta ahí no llego.
Pero en esto tampoco es original, pues —antes que él— ese rol de Gran Propietario lo ejercieron Stalin y Mao Ze Dong, Kim Il Sung y Fidel. Y, más localmente, Juan Vicente Gómez. Es simplemente un alumno aventajado. Posee casi todas las acciones virtuales de esta empresa muy productiva llamada Venezuela. Lamento recordar que los dictadores de la Unión Soviética, China y Corea del Norte murieron en sus camas, ejerciendo la propiedad de sus respectivas naciones. Fidel va en camino a emularlos. ¿Lo hará Hugo Chávez? ¿Morirá en su cama dentro de veinte, treinta o cuarenta años? Ese es un escenario posible. El otro es que salga del poder —es decir, de la propiedad— por la vía institucional. ¿Cómo? A través de la acción de la oposición democrática, lo cual luce hoy como algo remoto. Pero siempre cabe la posibilidad que contra el Gran Propietario se alcen los que hoy los acompañan en el Gobierno y —como él— aspiran a eternizarse como los nuevos Grandes Propietarios.
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